Salgo de casa a
las 6.20 de la mañana. Me sorprende, como cada día laborable, la intensa pero
silenciosa actividad de la ciudad a esas horas tempranas. Hoy nos envuelve una
densa niebla, a través de la cual, los comerciantes preparan los puestos de la
feria, y los proveedores descargan cajas variadas frente a los
establecimientos, aprovisionándolos para el primer cliente – que incluso se creerá
madrugador –. Subo caminando la cuesta que lleva a la estación de tren, con mi
termo/taza en una mano; el Earl Grey con un chorrito de leche se desborda
mientras yo desespero por no atinar nunca con el volumen correcto. Por fin en
el tren, saco de mi bolso un libro de cuentos de Benedetti, y un billete de avión
ejerciendo las funciones de marca páginas me indica a dónde he de dirigirme. Miro hacia el paisaje, allí
sigue la niebla, como vaho exhalado por los verdes campos ingleses, y el Sol es
un globo incandescente que pugna por abrirse paso, así como yo trato de
despertarme. Un día más comienza. Al menos, es Viernes.
El arte de quitar sombreros
viernes, 14 de marzo de 2014
domingo, 19 de enero de 2014
El viaje de Elena (¡Feliz cumpleaños!)
En el interior de aquel
tren de alta velocidad, no cesaban de moverse los diferentes pasajeros: en
busca del asiento asignado en sus billetes, colocando el equipaje, o
tratando por todos los medios de establecer contacto visual con las personas
que, en el exterior del vehículo, esperaban a que llegara la hora indicada para
decir adiós con la mano.
Elena no tardó en encontrar
su asiento de ventanilla, en la parte central del coche número 4. Ya frente a él, sus pies decidieron que era
hora de izar la bandera blanca, que se rendían tras haber soportado a ese
cuerpecito lleno de nervios durante toda la mañana; necesitaban un descanso,
así que, simplemente, Elena se dejó caer. Por primera vez en los últimos días
de vorágine de preparativos para el viaje, tenía un momento, por breve que
fuera, en el cual estaba forzosamente ‘ociosa’. Su cerebro se dispuso a festejarlo,
reflexionando acerca de lo que estaba por venir, y causando, así, los primeros
sentimientos de vértigo.
De manera intuitiva, como para
sacudir esos temores, Elena giró su cabeza, y echó un vistazo rápido, algo clandestino
y desconfiado, hacia la parte trasera del vagón, situada a escasos metros, para
comprobar, aliviada, que allí seguía su gran maleta. A pesar de sus enormes dimensiones,
en ella sólo cabía una diminuta parte de las pertenencias materiales de
su poseedora, aquellas elegidas para acompañarla en este trayecto de más de mil
kilómetros de distancia.
El tren inició la marcha y Elena movió la mano para despedirse de sus padres.
Siempre le había gustado viajar, aunque ningún viaje anterior era comparable a éste.
Decidió aprovechar la localización
de su asiento, para contemplar el paisaje, pero chocó con su reflejo en el
cristal: su pequeña nariz, su boca con leve muesca de preocupación, su melena
frondosa y unos ojos devolviéndole la mirada, brillantes por culpa de esa
añoranza impaciente que inunda el corazón aun antes de abandonar la
frontera de lo querido. Para sentirse algo más arropada, palpó y atrajo hacia sí con
cuidado su desgastada mochila de cuero, y una incipiente sonrisa comenzó a
dibujarse en las comisuras de sus labios. Recordó como desde pequeña, cuando todavía tenía sus hermosos rizos a raya con un peinado estilo ‘a lo garçon’, siempre
demostró su espíritu inconformista y aventurero. Solía discutir con su madre
porque no quería llevar paraguas, sino dejar que la lluvia le hiciera
cosquillitas en las mejillas, y celebró con euforia el día en que la desafiante tarea de ir al supermercado sola le fue encomendada.
Ya entonces, también se perfilaba su naturaleza curiosa y valiente. Unos años
más tarde, compraría esa mochila de cuero y el primero de muchos ejemplares de la revista
National Geographic, anticipando futuras aventuras.
Todas esas
características suyas, unidas a su extraordinaria inteligencia, sólo podían
devenir en una creciente pasión por la ciencia, que la llevaba ahora, a un
nuevo destino.
Entre recuerdos y cavilaciones,el tren más rápido de España llegó a la estación esperada. Pero, a diferencia del comienzo del viaje, Elena estaba libre de dudas y se apeó deprisa, ávida de proseguir su aventura.
Violeta africana nacida de un corte de 1cm2 realizado por Elena a una hoja de esta especie |
martes, 31 de diciembre de 2013
2014, te reto
Vivir es un desafío continuo. En un mundo en constante cambio, acomodarse y rendirse ante la rutina - más o menos cómoda-, no puede sino impedirnos llegar más lejos.
En 2013, la manida frase de "Todo llega" me demostró lo importante que es tener paciencia y conservar las fuerzas, cuando tras una larga búsqueda, me ofrecieron un puesto de trabajo en un país lejos de casa.
En 2013, comencé, con frecuencia, a hablar de mí, en la primera persona del plural, poniendo en evidencia que mi corazón está alegremente ocupado.
Os deseo un muy feliz 2014.
Por mi parte, me propongo como deber, aunque que de obligación tenga poco, retomar este espacio, y reto al 2014 a que sea, al menos, tan bueno como su predecesor.
martes, 12 de marzo de 2013
Buenas noticias :)
¡He comenzado a trabajar en lo que he estudiado (y me gusta) en una empresa genial en Reino Unido!
Estoy muy feliz y quería compartirlo con vosotros :)
(Historia basada en hechos reales ¡¡!!)
domingo, 24 de febrero de 2013
Un mar de dudas
Ilustración de Javier Pajuelo |
Recostada sobre el
esponjoso césped del parque, Jane meditaba sobre la expresión popular “estar
hecho un mar de dudas”. Sacudía ligeramente la cabeza, ejecutando un movimiento
equivalente al asentir –aunque, desde su posición horizontal-, mientras pensaba
que aquella descriptiva metáfora estaba claramente inspirada en su persona.
Tenía los ojos cerrados,
el ceño fruncido, y ambas manos ocupadas en cercenar briznas de hierba, con
rabioso ímpetu, pero, a la vez, serena indiferencia. “Un mar de dudas”. Y un
mar de contradicciones.
A pesar de su apariencia
exterior tan sólida, yaciente en el parque, Jane se imaginaba flotando a merced
de la corriente de algún océano, inundada por la incertidumbre. Se zambullía en
recónditas aguas, donde multitud de peces la rodeaban y trataban de
apagicuarla, asegurándole que todo iría bien, allá en tierra firme.
Envuelta y protegida por
ese mar en su interior, trataba de recobrar la calma, y reunir las fuerzas para
nadar a la superficie y tomar una gran bocanada de aire.
Pero, en aquella ocasión,
fue tanta la celeridad con la que impulsó su torso a 90 grados de distancia del
suelo, que se mareó completamente, y numerosos peces payaso emergieron a su
alrededor.
(Muchas gracias a Javier Pajuelo, por permitirme utilizar su preciosa ilustración para crear este microrrelato. Podéis encontrar más trabajos suyos en su blog Sustancia Inestable)
domingo, 10 de febrero de 2013
Ay, corazón
lunes, 28 de enero de 2013
Los sueños, ¿sueños son?
(Porque cualquier día
puede no ser un día cualquiera.)
Elena se despertaba cada mañana
con los primeros rayos de sol, que encontraban su camino a través de esas pocas
rendijas de la persiana que ella dejaba entreabiertas, como bienvenida. Y así
también, las pupilas en sus ojos rasgados se ajustaban a la luminosidad que se abría paso entre mechones rebeldes de su pelo tan largo, rizado e indómito. Los rizos los
heredó de su padre y estos eran casi tan azabache como la melena de su madre.
Miraba entonces el reloj
en su mesita de noche, y se quedaba dormitando durante el tiempo de gracia.
Acabado éste, se desperezaba, moviendo sus delgadas extremidades en todas
direcciones, a la vez que abría la boca en un bostezo largo.
Aquel día, sus pies
descalzos sobre el suelo la dirigieron hacia el tocadiscos, donde reposaba un
vinilo de Sinatra, que ella compró en esa pequeña tienda de música con tanto
encanto que había liquidado todas sus existencias hacía poco. Sus dedos finos agarraron la aguja y
con delicadeza, la colocaron a cierta altura sobre el borde del disco, y accionaron la palanca, para que fuera, suavemente, acercándose hasta acariciarlo.
Comenzó a sonar “Fly
me to the moon”, y Elena dejó que su cuerpecito se moviera al compás, mientras miraba
celosa sus mariposas de origami, sobrevolando el cielo de la habitación.
Terminó de subir las persianas, para abrazar toda la luz del sol, que ahora
entraba a borbotones, y señalando algún punto del firmamento, declaró solemne: “Yo
estaré allí.” Y es que nunca hay que dejar de soñar alto. Y el “alto” de Elena
era literalmente a cientos de miles de kilómetros por encima de su cabeza.
Sinatra cantaba ahora esa
canción mítica sobre la ciudad que nunca duerme, “I want to be a part of it,
New York, New York”. Elena siempre soñó con ir a Nueva York, pasear por sus
calles, y en la Quinta Avenida, como Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”,
comprar algo en Tiffany’s, aunque fuera el detalle más económico.
En ese instante, Elena
sonrió, mientras palpaba la cadena de plata que rodeaba su cuello, y de la que pendía un colgante en
forma de corazón en el cual se podía leer “Tiffany & Co”. Porque cualquier día puede no
ser un día cualquiera, y uno puede encontrarse en Nueva York, o en la Luna.
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