jueves, 27 de enero de 2011

Un recuerdo.

A medida que el tiempo va echando tierra sobre los recuerdos, algunos quedan tan enterrados, que parece nunca ocurrieron.

Quizá fuera un sueño que hace unos años y a un océano Atlántico de distancia de dónde se encontraba ahora, presa del miedo a la soledad y a la tristeza, le jurara que si se iba, no podría superarlo. Pero ni ese lance desesperado frenó su marcha. Entonces, aprendió que a veces, sólo a veces, es mejor no decir la verdad. Aunque aquel ultimátum que sentía tan real en aquel momento, resultara, más tarde, una gran mentira.

miércoles, 19 de enero de 2011

Un cuento para ti.

Finalmente, había conseguido domar su salvaje melena ondulada, dándole la forma de un moño de bailarina de ballet, y para que ningún mechón travieso se desbordara, lo rodeó con un lazo rojo. Ahora ya estaba casi lista para salir. Se pintó los labios de rojo y se dirigió a su bar favorito.

El lugar tenía mucho encanto: la decoración, desde el papel pintado de las paredes a los sillones tapizados por enésima vez, estaba tan pasada de moda, que daba al local, paradójicamente, un toque de modernidad.

En el techo, sobre la esquina de la barra, se apreciaba la única ruptura con esa atmósfera bohemia: un router wifi. El dueño del bar sabía que ese trasto estropeaba un poco el ambiente creado, pero era un tipo práctico y no estaba dispuesto a seguir perdiendo clientes en favor del cibercafé que había un par de calles más allá.

Elena se sentó en su ubicación preferida, sacó el portátil de su funda y lo encendió. Pidió un café solo y le recordó al camarero que no quería el sobrecito de azúcar, que a ella le gustaban los sabores auténticos. Comenzó entonces a escribir un email a su hermana Lucía, explicándole que en su última visita al laboratorio había descubierto que el olor a tierra mojada se debía a un hongo del suelo llamado “estreptomyces”. Al enviar esta información, sonrió maliciosamente, sabedora de que acababa de romper cualquier encanto que tuviera para la destinataria ese olor. Pensó, divertida, que la teoría de que la ignorancia es la felicidad, debería tener el siguiente corolario: “En ocasiones, la ignorancia preserva la hermosura de las cosas”.

Para endulzar un poco estas ideas, comenzó a soñar acerca de todos los descubrimientos que le faltaban por realizar.

Y mientras ella divagaba, el resto de mesas fueron ocupadas, así que cuando llegó él, no tenía lugar donde sentarse.

Este nuevo personaje miraba a su alrededor, con cara de decepción, hasta que Elena reparó en su presencia y, a pesar de no conocerle, le indicó con la cucharilla – que, por otra parte, sólo servía para marear la bebida amarga- que podía sentarse frente a ella.

Él se fijó en que la chica de moño de bailarina le hacía señas y, tras darle las gracias, se sentó en el lugar indicado, y pidió una copa de vino tinto.

Cuando llegó el camarero con lo ordenado, él comenzó a agitar la copa con un ligero movimiento de muñeca y presumió ante Elena de conocer, únicamente mediante ese meneo al líquido, si el vino tenía más o menos contenido alcohólico.

Elena respondió, riendo, que ella también lo sabía: dependía de si el vino al caer por la copa formaba lo que se conoce como “lágrima”.

Él se sonrojó al darse cuenta de que había pecado de vanidoso. Al bajar la mirada, se fijó en los curiosos zapatos que llevaba la muchacha: eran planos, cubrían sus tobillos, tenían cordones, eran de ante marrón y pensó que servirían perfectamente para hacer senderismo – e incluso dar volteretas– por cualquier pradera.

Elena se dio cuenta de la atención que recibía su calzado, y a la pregunta no formulada contestó:

– Son para bailar mejor.

lunes, 10 de enero de 2011

Insomnio

Muchas noches, apenas duerme.

En la oscuridad de la habitación, acostado, intercala momentos en que mantiene los ojos abiertos, vigilante por si el sueño viene, con instantes en que los cierra, apretando los párpados con fuerza, frustrado e impaciente.

El mecanismo de contar ovejas parece una broma cruel, cuando el número supera al de churras y merinas que pastan, indiferentes a insomnios ajenos, por los campos de España.

En invierno, pese a la calefacción y a cobijarse bajo sábanas térmicas, dos mantas y un edredón, el frío se le cuela por los huesos. Entonces, su cuerpo recuerda la posición que tomó en el útero materno, y con los codos y las muñecas flexionadas, agarra todas las capas para ajustarlas bien alrededor de su cabeza.
La situación no mejora en verano, ya que las sábanas más finas le producen un calor insoportable y el sudor que emana hace que se conviertan en su segunda piel; cuando las aparta a un lado o simplemente las arranca del colchón, la corriente de aire que provoca le produce escalofríos y vuelve a cubrirse con la sábana empapada, repitiendo el mismo ciclo una y otra vez.

En ambos extremos climáticos, a la mañana siguiente, el resultado es el mismo: tiene todos los músculos doloridos, como si en lugar de haber estado tumbado hubiera participado en unas cuantas peleas.

Dicen que las preocupaciones quitan el sueño, pero últimamente, no tiene ninguna. Bueno, una tan sólo, carecer de preocupaciones. Parece que esto también puede quitar el sueño.