jueves, 31 de diciembre de 2009

¡Feliz año 2010!

En estas fechas, parece que toca hacer balance de lo bueno y lo malo acontecido en 2009.
Me niego. No me apetece pensar en lo que me hizo feliz y lo que no desearía que volviera a suceder. No, no.
Prefiero imaginar todo lo que puede suceder en 2010.
Así que supongo que este año en el momento del brindis, al levantarme de la silla, coger en una mano la copa de champán y en la otra un cuchillo para darle golpecitos a aquélla y llamar vuestra atención, simplemente diré: ¡Sé valiente corazón!
(Pues nada sé acerca del próximo año, qué será de mí, dónde estaré,... )

Os deseo un año maravilloso.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Cuando nos conocimos...

Cuando nos conocimos
éramos dos ingenuos
que se ilusionaban por pequeñas cosas,
y pasaban horas que parecían minutos
sentados en el mismo viejo banco
arreglando el mundo.

Éramos valientes y osados,
sin miedo a lo que pudiera pasar mañana,
sedientos de aventura y emociones.
Sin problemas de escasez de tiempo,
dinero, fuerzas, ganas.
Sin equipaje ni cargas.
Éramos apasionados,
luchadores,
libres.

Pero pasó el tiempo
y la vida nos golpeó fuerte
hasta hacernos sangrar.
Perdimos la alegría, la vitalidad, la ingenuidad, y aquellas ganas.
Y ahora somos
dos inválidos
temerosos de vivir,
eternamente estresados
y enojados,
envidiosos de aquéllos
que se sientan en otros jardines,
y sonríen a la vida
sin pensar en qué traerá el futuro.

Lo peor de todo
es que en el camino,
nos perdimos el uno al otro
y también a nosotros mismos.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Fin.

Le despierta un olor nauseabundo.
Ese hedor le aturde, le marea. Penetra por sus orificios nasales y se queda ahí, estancado, ahogándole.
El fondo es floral. Rosas, claveles, margaritas. Debe haber decenas, cientos, miles, y ni tan siquiera esas grandes cantidades de flores consiguen ocultar el olor de su propia podredumbre.
No se respeta ni la última voluntad de un pobre miserable, que pidió que le incineraran.


martes, 15 de diciembre de 2009

¿Cómo debería sentirme?

Dices que estoy
a la defensiva
como un animalillo acorralado.
Dices que parece que
quiero increpar
a cada transeúnte
que pasa a mi lado.

Dices que parezco
ese Ismael acelerado
que nos presenta Melville
al inicio del relato ballenero,
ése que quiere quitarle a la gente el sombrero.

Dices que temes
que la rabia
que se va mezclando
con mi sangre
y se va irrigando por mi cuerpo,
me envenene.
Dices que no quieres
que llegue el día
en que la ira
que por mí fluya
sea tal
que explote
y me destruya.

Y frente a los desastres que suceden
cada día,
¿sería más correcto que sintiera apatía?

viernes, 11 de diciembre de 2009

Los telescopios.

En el año 2.200, ante la insistencia de los astronautas, el gobierno lunar instaló en los jardines de sus adosados, unos telescopios, para que pudieran observar a sus familiares y personas queridas al volver del trabajo.

Aquí en la Tierra, las personitas que nos sabíamos observadas por aquellos hombres y mujeres valerosos, tratábamos de lucir nuestra mejor sonrisa, para que no nos echaran tanto de menos.



viernes, 4 de diciembre de 2009

Esa carta.

Leyó la carta una vez más. Ya iban cinco veces. El contenido era el mismo que las cuatro veces anteriores: “Lo siento, pero no puedo aguantar más. Ya no te quiero. Mañana, cuando estés en el trabajo, vendré a por mis cosas.”
Su semblante permanecía inalterado. Si acaso, una leve mueca en su boca, de duda, de extrañeza. No sentía nada. Ni el menor síntoma de dolor, de pena, de ira, de tristeza, de indignación, de frustración, de impotencia, de rabia. Nada. Vacío. Y daba igual cuantas veces más quisiera releer esas tres líneas. ¿Qué le sucedía? ¿Por qué era incapaz de reaccionar? Al fin, un leve arqueo de cejas, señal de una idea. Cogió la carta y la movió como si sostuviese un cuchillo, frotándola sobre su muñeca. El rozamiento del papel provocó un fino corte en la piel y el brote de un tímido hilillo de sangre. La herida escocía. Esbozó una sonrisa de satisfacción. Lo había logrado. Una sensación amarga provocada por esa carta.

martes, 1 de diciembre de 2009

El día de la graduación.

Día de la graduación.
Alumnos de último curso de Derecho
llamados a filas.
Empollones, aplicados, y vaguetes.
Algunos se ven las caras por primera vez.

De un brazo,
las mamás lagrimeantes.
Del otro brazo,
los papás orgullosos.
Revoloteando alrededor,
hermanos pequeños traviesos
o hermanos mayores dando consejos
o ambos,
o ninguno.

Comienza la ceremonia civil
tras la misa,
incoherencias de la educación pública.

Y nombre a nombre,
suben a que les imponga la banda
el profesor elegido padrino,
amado por algunos,
odiado por otros
a los que les gustaría quitarle la banda de la mano
y usarla para ahorcarle.
Pero es una mala idea,
habría demasiados testigos
y todos con conocimientos
en materia penal.

Todos están vestiditos elegantemente
las chicas han ido a la peluquería
y lucen tocados florales,
los chicos han aprendido a anudarse la corbata
¡qué gran día!

Clausura del acto.
Todos hacía otro edificio histórico.
A tomar el vino de honor.
Y allí se arma el revuelo,
la hecatombe.

Los niñitos repeinados
se vuelven locos
y comienzan a tirarse
los canapés
entre ellos.
Las niñitas enmoñadas,
se vuelven locas,
le tiran al magistrado invitado
de la toga
y bailan con él,
sin su consentimiento
la "Macarena".
Uno de los niños
le enseña el culo
al sacerdote
que ha oficiado la misa.

Madres y padres y hermanos
estupefactos
no comprenden qué han bebido/ comido
sus hijos modositos
para montar tanto jolgorio.
Uno ha trepado por una columna.
Otro está escanciando el vino blanco.

Ay.
Será el estrés...