lunes, 28 de enero de 2013

Los sueños, ¿sueños son?


(Porque cualquier día puede no ser un día cualquiera.)

Elena se despertaba cada mañana con los primeros rayos de sol, que encontraban su camino a través de esas pocas rendijas de la persiana que ella dejaba entreabiertas, como bienvenida. Y así también, las pupilas en sus ojos rasgados se ajustaban a la luminosidad que se abría paso entre mechones rebeldes de su pelo tan largo, rizado e indómito. Los rizos los heredó de su padre y estos eran casi tan azabache como la melena de su madre.

Miraba entonces el reloj en su mesita de noche, y se quedaba dormitando durante el tiempo de gracia. Acabado éste, se desperezaba, moviendo sus delgadas extremidades en todas direcciones, a la vez que abría la boca en un bostezo largo.

Aquel día, sus pies descalzos sobre el suelo la dirigieron hacia el tocadiscos, donde reposaba un vinilo de Sinatra, que ella compró en esa pequeña tienda de música con tanto encanto que había liquidado todas sus existencias hacía poco. Sus dedos finos agarraron la aguja y con delicadeza, la colocaron a cierta altura sobre el borde del disco, y accionaron la palanca, para que fuera, suavemente, acercándose hasta acariciarlo.

Comenzó a sonar “Fly me to the moon”, y Elena dejó que su cuerpecito se moviera al compás, mientras miraba celosa sus mariposas de origami, sobrevolando el cielo de la habitación. Terminó de subir las persianas, para abrazar toda la luz del sol, que ahora entraba a borbotones, y señalando algún punto del firmamento, declaró solemne: “Yo estaré allí.” Y es que nunca hay que dejar de soñar alto. Y el “alto” de Elena era literalmente a cientos de miles de kilómetros por encima de su cabeza.

Sinatra cantaba ahora esa canción mítica sobre la ciudad que nunca duerme, “I want to be a part of it, New York, New York”. Elena siempre soñó con ir a Nueva York, pasear por sus calles, y en la Quinta Avenida, como Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”, comprar algo en Tiffany’s, aunque fuera el detalle más económico.

En ese instante, Elena sonrió, mientras palpaba la cadena de plata que rodeaba su cuello, y de la que pendía un colgante en forma de corazón en el cual se podía leer “Tiffany & Co”. Porque cualquier día puede no ser un día cualquiera, y uno puede encontrarse en Nueva York, o en la Luna.

lunes, 14 de enero de 2013

Historia (real) de la vuelta a UK

La última vez que viajé a Reino Unido, para no variar, usé una amplia gama de medios de transporte.Y en el segundo de ellos, - un tren de alta velocidad - , una vez terminado el "apasionante" documental "Los 10 animales más mentirosos", una mujer muy meticona (claramente, aún seguíamos en España), al hilo de algunas bromas sobre el gran tamaño de mi maleta, me relató cómo en su primer viaje a EE.UU. conoció a un misionero cuyo único equipaje era un cepillo de dientes.

Ya en el aeropuerto (tras tomar el tercer medio de transporte - el metro -, y antes de tomar el cuarto -el avión-), compré El País, para entretenerme durante el tiempo de espera.

Una vez en el avión, comprobé mi mala suerte: una madre y su bebé llorón iban a ser mis más próximos compañeros de viaje.
Mientras seguía hojeando el periódico, encontré esta viñeta de El Roto, que me pareció muy apropiada para  mis circunstancias.


Además, durante ese vuelo amenizado de manera altruista por un niño con una increíble habilidad para ensordecer al personal, pude ver la puesta de sol sobre el Canal de la Mancha.



Así que aquí estoy, de nuevo haciendo una progresiva transición desde mi vida española hasta las costumbres inglesas. Que ya podían vender mantecadas en el Starbucks...