¡Señores y señoras, pasen y vean!¡El circo Racatachimpún tiene el placer de presentarles el espectáculo de "El domador desacorazado"! ¡Acérquense a la gran carpa amarilla central y disfruten de un show único en el mundo! ¡Para mayores y pequeños, una experiencia que jamás olvidarán! ¡Corran, el aforo es limitado! Así cantaba la megafonía del circo.
Minutos más tarde, pocos, pues se había generado una gran expectación entre el público, no cabía un alma más en el interior de la carpa amarilla. Y por fin, un payaso vestido de torero pronunció las siguientes palabras a modo de introducción: "Queridos amigos, el circo Racatachimpún se complace en presentarles el espectáculo "El domador desacorazado", un show jamás visto y tan único en la historia circense, que será imposible de repetir. Son ustedes, amables espectadores, realmente afortunados. Y sin más, que aparezca ya el domador."
Todos los ojos de la sala se dirigen hacía la puerta verde que se encuentra al final del escenario, por la cual, en ese momento, cruza un ser extraño: de cintura para abajo viste unos pantalones bombachos rojo chillón, pero su tronco superior está cubierto por una armadura, y su cabeza por un yelmo. Omitiendo los pantalones bombachos, podríamos pensar que es un caballero sacado de una novela épica. La gente cuchillea nerviosa, algunos, los más quisquillosos e impacientes, se lamentan de haber pagado la entrada para ver a semejante engendro.
Esta vez es un enano saltarín el que continúa el discurso comenzado por el payaso torero: "Hace seis meses, transformamos a nuestro domador de leones en lo que ahora ven. Fue fruto de una casualidad, no vamos a negarlo; estábamos haciendo malabares con objetos extraños que encontramos en un viejo baúl, y cuando la armadura que ven ustedes bajó desde la gran altura a la que el domador la había enviado, le cayó justo encima y se le quedó encajada, y para completar el conjunto, decidió ponerse "el casco". Lo que jamás hubiéramos imaginado es que esa armadura le protegería no sólo del mundo exterior físico, sino que mataría su sensibilidad, sí sí, como oyen, este domador lleva seis meses sin sentir dolor o alegría. Y les juro por mi santa y diminuta madre que ha pasado por un calvario el hombre, pero ni una sola lágrima ha tratado de abandonar sus ojos y escurrirse por debajo del yelmo. También ha vivido grandes situaciones que podríamos calificar de felices, tengan en cuenta que esto es un circo, pero jamás le hemos escuchado reír, y créanme si les digo, que jamás conocí a hombre de risa más sonora y contagiosa. Incluso le llevamos a una psicóloga, que, a la postre, trabaja aquí como Mujer Barbuda, experta en traumas de artistas, la cual, nos ha dicho que como hemos encerrado su corazón en esta coraza pasada de moda, el domador vive en un mundo aséptico, totalmente neutral. Para demostrar esta teoría tan descabellada, escuchamos su corazón, fiel reflejo de las emociones humanas, como todos sabemos, incluso los que no pertenecen al circo, y sonaba lejano y con latidos distantes entre sí, estaba casi parado."
"En el día de hoy, vamos a romper su coraza con un soplete que tengo aquí ahora" (El público, enamorado de emociones fuertes, exclama al unísono "Ooooooooh").
El domador se quita entonces el yelmo y el público observa que no hay señal de pánico en su cara, tan sólo, indiferencia. Va ser verdad que está condenado a la apatía, comentan algunos.
El enano con el soplete, despacito despedaza la armadura, liberando al pobre domador.
"Señoras, señores, ahora llega el minuto estelar. El clímax. Un instante que jamás olvidarán." Y ordena al domador que se arrodille, para ponerle sus deditos en el cuello, sobre la carótida, para tomarle el pulso. ¡LATE CON FUERZA!, grita. Y como el público no alcanza a creer el milagro del hombre que recupera sus sentimientos tras seis meses encerrado en su crisálida de hierro, coge el micrófono y lo coloca en el costado izquierdo. Pom, pom, pom, pom. El público se levanta de sus asientos y ovaciona como loco.
Pero...¿qué sucede? ¿Quién ha dejado la puerta verde abierta? Viene el león al que el domador amaestraba hasta que la armadura le alejó de todos. Ay. El público está aterrorizado. Por megafonía, una voz de hombre, con un timbre excesivamente afeminado, consecuencia de unos nervios mal disimulados, trata de calmar al populacho: "Amigos, no se muevan, está todo controlado. Esto es parte del show. Les devolveremos el dinero. Por Dios no se muevan, que va a ser peor. Si se quedan todos quietos, quizá pase de largo. Esto no nos lo va a cubrir el seguro. Ay." El público no tiene otra que no moverse, cada persona ha corrido en una dirección y se ha formado una especie de trenza humana.
El león se va acercando, pero el domador está relajado, quizá no sea verdad que ha recuperado la capacidad de sentir. Ay, qué tragedia, el león ha puesto sus zarpas alrededor del cuello del domador. La cena está lista. Pero, ¿Qué demonios? ¡Le está dando un abrazo!