martes, 17 de mayo de 2011

¡Elige!

Tenía una decisión pendiente. Era una persona pragmática, no de ésas que cogen una moneda y la lanzan al aire, que toman un juego de cartas y eligen una (como en la película 2046), o que echan los dados a volar. 

Ella usaba cuadros estadísticos, enumeraba las opciones en la primera columna y en las siguientes colocaba las prestaciones, que recibirían mayor o menor puntuación por filas. Y tras rellenar todos los datos, los miraba y remiraba. Con un subrayador verde resaltaba los mejores candidatos. Alejaba el folio para darle una nueva perspectiva.  Lo paseaba por toda la casa, como si así alguna de las alternativas fuera a caerse de la hoja, exhausta. 

Entonces, sonaba el teléfono, y aunque, en un primer momento, ella rehusaba contar qué sucedía, el tono agobiado de su voz la delataba siempre, y terminaba confesando: “tengo un jaleo en la cabeza”. Y del otro lado del aparato, él escuchaba paciente, que para eso era un gran amigo, y sentenciaba: “pues sí, vaya quebradero de cabeza”.  Y al acabar la conversación seguía sin saber muy bien qué elegir. 

Se sentaba en sofá, para levantarse a los pocos segundos. 

Al llegar la noche, no podía dormir, imposible dejar de darle vueltas al tema. Mataba las horas de luna leyendo la edición digital de cierto periódico de tirada nacional; y así, al día siguiente, para cuando otros recién conocían las noticias, ella ya tenía hasta una opinión formada “¡qué mundo éste!”. 

Y se despertaba agotada, con toda la tensión en los hombros, como si por ellos la hubieran tendido junto a la ropa mojada. Los ojos se mostraban reticentes a abrirse y el cuerpo no recordaba bien el camino tantas veces repetido, así que el trayecto entre la habitación y la cocina lo hacía en zigzag, chocándose contra una y otra pared del pasillo. El prepararse el desayuno, en otras ocasiones, tarea sencilla y fútil, se convertía en una cadena de despropósitos: al servirse la leche en la taza, vertía la mitad fuera y/o la llenaba demasiado, por no hablar de ese medio minuto extra de microondas que provocaría que se quemara la lengua. 

Maldita sea. El sentido practico se rindió. Y ella tomó la moneda, deshojó la flor o escogió una carta de la baraja. Y también lanzó los dados, para que el azar determinara cuántos minutos necesitaría para darse cuenta de lo terrible que es la indecisión.


miércoles, 4 de mayo de 2011

Subacuática























"¡Insondable belleza, como jamás viera amante alguno en los ojos de su novia! No me hables de tus tiburones de feroces dientes, ni de tus hábitos salvajes y falaces. Que la fe domine la realidad, que la imaginación ahuyente la memoria; miro a los profundos y creo."

Moby Dick, Herman Melville.