miércoles, 29 de diciembre de 2010

Lo mejor está por venir.

Me gustan mucho los aforismos, esas lecciones sabias condensadas en pocas palabras. En un post it colocado en lugar visible tengo escrito uno de Balzac que dice “La resignación es un suicidio cotidiano”.

Ojalá que el 2011 vea cómo se cumplen vuestros anhelos.
Por regla general, los deseos no se materializan de la noche a la mañana, sino que requieren de un esfuerzo constante durante un cierto tiempo.
En ese período de transición, hay ocasiones de flaqueza e incertidumbre, en las que nos planteamos tirarlo todo por la borda. Pues bien, es entonces cuando podemos hacer uso de la frase de Balzac, y recordar que cuanto mayor sea la dificultad, más grata será la recompensa, y que únicamente está permitido volver hacia atrás para tomar carrerilla.

Os deseo lo mejor para el próximo año.



sábado, 18 de diciembre de 2010

Más vale tarde que nunca.

La melodía del móvil la despertó de un estado de semi inconsciencia. Se encontró a sí misma, sentada al borde de la cama, vestida para salir. A su lado, la vieja maleta de cuero, medio llena-medio vacía, rodeada de varias camisas, vestidos y pantalones, aún unidos a sus respectivas perchas, pero en disposición de ser doblados y empaquetados, en busca de nuevo rumbo. Dos pares de zapatos descansaban sobre la alfombra.

Aún aletargada, pulsó, maquinalmente, la tecla con dibujo verde de su teléfono. Notó en ese instante, que sus manos estaban cálidas, sudorosas y brillantes. Del otro lado, una voz familiar dijo “Hola”. Entonces, quien debiera haber contestado, dejó caer la parte superior de su cuerpo 90 grados, apoyándolo sobre la cama, y colgó.

Confusa, se preguntó cómo había llegado hasta allí la maleta, y quién la habría ido llenando, pues no recordaba haberlo hecho ella misma. Era la única persona en la casa...¿Sería posible que…?

Siempre había querido viajar, pero, la universidad, la falta de dinero, su pareja y el trabajo, en orden cronológico, se lo habían impedido.
Y parecía que, al final, habían ganado la partida los deseos encerrados bajo llave en el lugar más remoto de su inconsciente. Sus anhelos dominaron cada uno de sus músculos.

Tras contemplar por largo rato la maleta a medio hacer, no pudo evitar continuar colocando cada pieza de ropa en su interior.

Terminada esta tarea, se encaminó hacia la puerta.
Sobre la mesa de la entrada estaba su sombrero de cuero. Aquél comprado hacía años, después de un flechazo tras verlo en un escaparate. Jamás lo había usado. Pero, cuando viajaba en sueños, siempre cubría su melena negra.

De nuevo sonó el teléfono, el mismo nombre en la pantalla. La misma voz familiar, esta vez en un tono ligeramente más agresivo, dijo: —¿Por qué me has colgado?
Y en esta ocasión, sí obtuvo respuesta: — Me voy.
— ¿Qué?
— Que me voy.
— Pero… ¿a dónde?
— A cualquier otra parte.

Foto realizada por Ana.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Encontrar la trama.

Después de leer todos los libros de su biblioteca personal, el barón Don Ginés Cambóo decidió convertirse en un reputado escritor.

Sobre la mesa de su despacho dispuso un paquete de folios, y su pluma estilográfica de oro, junto a una cajita de cargas de tinta.

Sin embargo, no se le ocurría trama alguna.

Entonces, cambió de localización: se sentó en el antiguo butacón de su bisabuelo, frente a la chimenea. Pero las musas no aparecieron.

Contrariado, subió a la segunda planta, y se recostó en el diván del siglo XIX. No dio resultado, continuaba sin ideas.

Pasaban los días y los folios seguían vírgenes.

El barón, que acostumbraba a ver sus deseos satisfechos con gran prontitud, estaba desesperado. Recorría su lujosa mansión maldiciendo, con el batín de seda y el pelo canoso alborotados.

Un día, resolvió subir a la última planta y abrir todas las ventanas. Escribió un par de líneas en un folio y lo tiró a través de una de ellas, para luego lanzarse él mismo al vacío.

Encontraron su cadáver, al lado de una hoja manchada de sangre que rezaba: “Al menos, ahora alguien tendrá una historia sobre la que escribir”.

martes, 30 de noviembre de 2010

Cosas que pasan (IV)

Manuel es mi vecino del 5º C. Es un tipo peculiar. A veces, baja a pedirme sal para condimentar las verduras que cocina en su wok. Él es vegetariano. Y yo soy su vecina favorita. Os preguntaréis por qué lo sé. Pues bien, Manuel es claustrofóbico. Jamás ha puesto un pie en el ascensor del bloque, así que baja los cuatro pisos que nos separan y los vuelve a subir, con mi regalo salado. No lo haría si yo no fuera su preferida. Se limitaría a tocar la puerta de Doña Julieta, la viuda del 5º B, o de la familia Fernández del 5º A, por no hablar de los pisos inmeditamente inferiores.

Manuel es bastante despistado. En un par de ocasiones, ha venido a requerirme sal con el salero repletito en la mano. No le dije nada entonces, para no dejarle en evidencia, al pobre. Además, es muy tímido. Sus excursiones a por sal son muy graciosas. Asoma sus ojos azules por encima de sus gafijas y en un tono casi inaudible formula la petición.

Hace unos días que no le veo. La cotilla del 2º A dice que lleva encerrado en su casa dos semanas. Por lo visto, hace un mes, cuando Manuel estaba en pleno trote por el parque, como manda su rutina deportiva dominguera, se cruzó con una mujer de la que quedó prendado. Este Manuel, si es que de un enamoradizo... Pero, por culpa de su falta de arrojo, no se atrevió a preguntarle su nombre, mucho menos si quería ir al cine, a tomar un café o a bailar un twist. Lo único que hizo mi querido vecino fue ir a correr al mismo parque el domingo siguiente, esperando volver a encontrarla. Como en la primera vuelta no sucedió, recorrió otras cuatro. En la última de las cuales, más que correr, se dejaba llevar por la inercia y el poco viento que soplaba. Finalmente, el paisaje comenzó a difuminarse y se desmayó. Cuando recobró la consciencia, dolorido y agotado, consumió sus últimas fuerzas en gritar:

— ¡EL AMOR ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD!

lunes, 8 de noviembre de 2010

Las Perseidas.

Fue aquella noche de verano, de lluvia de meteoros, cuando tras descender por la escalera de madera que llevaba al lago, el cielo sembrado de estrellas estuvo a punto de desplomarse sobre mi cabeza. Entonces comprendí que muchos de los problemas mundanos son insignificantes.


jueves, 28 de octubre de 2010

Cuéntame un cuento.

Óscar era demasiado pequeño para comprender qué era un "divorcio". Sólo sabía que cuando esa tarde había vuelto del colegio, estaba en su hogar la tía Ester, la hermana de su padre, con dos maletas gigantes. Eran tan grandes que Óscar imaginó que se metía en una de ellas y viajaba por todo el mundo.

De lo poco que consiguió oír de la conversación de los mayores, sacó la conclusión de que su tía había tenido un "lío": parece que había confundido a otro hombre con su marido en varias ocasiones y le había invitado a pasar a su casa; y esto al tito no le hizo demasiada gracia cuando se enteró.

A Óscar le gustaba su tía Ester, porque era divertida, y siempre jugaba con él a juegos inventados, mientras que otros adultos se limitaban a tirarle de los mofletes hasta que le dolían mucho, o le daban besos pringosos con efecto ventosa.

Por eso, el chiquillo se alegró cuando le dijeron sus padres que, temporalmente, iba a ser su nueva compañera de cuarto.

Después de cenar, Óscar le pidió a su tía favorita que le leyera el cuento de Caperucita.

— Está bien.— le dijo con una sonrisa. Y empezó a narrar el cuento.

Cuando la trama estaba justo en el momento en que la niña de caperuza roja se encuentra con el lobo la primera vez, su tía Ester cambió la expresión de su rostro y le preguntó a Óscar:
— ¿No te parece que al lobo le gustaría más un niño tiernito como tú, con esa piel sonrosadita?

Y separando los dedos de ambas manos como si fueran las garras de un temible animal se fue acercando a la cama a paso lento.

— ¡NOOOO! Dile al lobo que en el cuento se come a la abuela, que es más grande y tiene más carne.

Pero eso no detuvo a la tía, que continuaba con la amenaza.

— ¡NOOOOOOOOO!— volvió a gritar Óscar.

Era tarde, pensó Óscar, su tía estaba más y más cerca.
Cuando llegó hasta su sobrinito, Ester comenzó a hacerle cosquillas con los dedos en la barriga y en los pies.

— ¡Noooooo!— imploraba muy bajito, entre carcajadas, Óscar.- Ya no quiero más cuentos, vamos a dormir, anda.

jueves, 14 de octubre de 2010

El miedo a la tormenta.

La última vez que viví una tormenta con Elena fue hace unos meses, en el piso que yo tenía alquilado en Salamanca. Elena es mi hermana favorita, no en vano es la única que tengo. Como la mayoría de personas que comparten una relación fraternal, encontramos divertido hacernos rabiar mutuamente. Mi hermana sabe perfectamente que tengo miedo a los truenos, no importa que estemos en casa recogidos. Creo que me darían pavor aunque estuviera en un refugio subterráneo.
Aquel día en cuestión, en un arranque de ingenio y de puesta en práctica de sus conocimientos científicos (esos que, desarrollados y madurados, harán que viaje más allá de la atmósfera terrestre en un futuro), encontró un retorcido método de ponerme más nerviosa.
Estábamos las dos sentadas en el sofá verde del salón: en un extremo, yo me acurrucaba tapada con una manta de cuadros beige, y en el otro, ella me daba la espalda mirando hacia la ventana que daba a la calle.
Al rato, cerró ambos puños y comenzó a levantar los dedos de las dos manos, uno a uno, a cada segundo que pasaba, contando los que transcurrían entre que aparecía el fogonazo del rayo y el estruendo del mismo. Y según cuántos dedos hubiera movido, multiplicaba ese número por la velocidad del sonido en el aire (343 kilómetros/segundo), y, con gesto macabro entonaba una cuenta atrás: 5 km, 4 km, 3 km, 2 km.... Mientras, yo trataba de cubrirme hasta la cabeza con la manta, con ese mecanismo ingenuo e inocente de los niños que consiste en equiparar "no ser visto" a "la desaparación del problema".
Desde el butacón que se encontraba un metro más allá, otro inquilino observaba la escena con curiosidad, desviando la mirada de la loca tapada hasta la cabeza, a la chica que estiraba los dedos con sonrisa maléfica.
Finalmente, y para mi descanso, llegó un momento en el que el número creciente de segundos aumentaba mi tranquilidad -la tormenta pasaba-, con lo que mi hermana perdió todo interés en el "juego".

martes, 5 de octubre de 2010

Otoño

Llueve fuera.

En el interior de la casa, como por arte de magia, la suave caricia de la aguja del tocadiscos sobre el vinilo que gira sin descanso, hace renacer las notas de una vieja canción. Música que es interrumpida por el sonido de los ataques kamikazes de las gotas de lluvia contra el suelo de la calle y el cristal de la ventana; o, acaso, ¿será al revés?

Esta combinación de melodías deja pensativo a quien se sienta en la butaca del salón. Reflexiona sobre tantos y tantos cambios que ha habido en su vida. La mayoría de ellos sin transición alguna para poder prepararse, para coger impulso, para buscar otro camino. Y sin embargo, hay cosas que permanecieron inalteradas todo ese tiempo, como la lluvia de otoño.



lunes, 27 de septiembre de 2010

Cosas que pasan (III)

En un pequeño restaurante de la mágica ciudad de Roma, Adriana recibió una inesperada proposición de matrimonio.

Su primera reacción fue sonrojarse y bajar la mirada. Analizó durante medio minuto su descuidada apariencia: las zapatillas deportivas verdes -las más cómodas que tenía, para poder recorrer la ciudad a pie, que es la manera de no perderse ni un solo rincón-, los pantalones vaqueros holgados y una camiseta de su grupo de música favorito. Por no hablar del pelo: su coleta no lucía igual que cuando se peinó, diez horas antes, frente al espejo del cuarto de baño del hotel, ya que la brisa traidora la había ido descomponiendo a soplidos.

Trató de recuperar la compostura como mejor pudo, y contestó al proponente:

— Camarero, de postre quiero tiramisú, y déjese de boberías, per favore.

martes, 21 de septiembre de 2010

Paciencia.

Mientras los latidos del reloj
se acompasan
con el incesante devenir del tiempo,
en ocasiones,
-hecho todo lo humanamente posible-,
el resultado se nos escapa de las manos,
y debemos permanecer inmóviles,
esperando para saber cuál será el desenlace.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La indecisión.


Toda su vida estuvo marcada por una indecisión casi patológica.
Siendo un bebé, su madre se veía obligada a comprarle la gama completa de potitos del mercado, pues su hijito tomaba una cucharada de uno y negaba rotundamente con la cabeza, probaba otro e, ingerida la misma cantidad, rechazaba ese sabor y señalaba con su minúsculo dedo índice otro de los tarros de cristal.
En el colegio, se ganó el puesto de alumno más insoportable. Especialmente irritado con su comportamiento estaba el profesor de Matemáticas, porque el niño siempre contestaba, entre dudas y suspiros, que quizá fuera 7, u 11, o la raíz cuadrada de 22.
De mayor, el sastre tenía que hacer acopio de paciencia para no clavar todas las existencias de alfileres a este cliente cansino que, en un comienzo, quería el traje azul marino, más tarde, gris, luego, de tweed,...
Dada la fama de inseguro que cosechó en vida, no le sorprendió al enterrador que, en el momento en que la tierra iba a tragar el féretro, nuestro protagonista lo abriera y dijera que creía que no quería morir. Pero esta vez,  el indeciso se encontró con una persona que no cedía ante caprichos y tontunas y, sobre todo, tremendamente hastiada de ese trabajo tan duro. Así que, muy tranquilo, el enterrador le espetó: "tú ya no tienes voto". Y le cerró la tapa.

domingo, 29 de agosto de 2010

Miserias

Constriñen más a los hombres
las cadenas que no son de metal.
Oprimen con mayor fuerza,
en tobillos y muñecas,
los grilletes de las miserias humanas.
“Dichosos” aquéllos
que construyeron cárceles
de barrotes dorados
a partir de sus recelos, envidias y ambiciones,
porque, con el paso del tiempo,
ninguna persona
se acercará a ellos.
Las mentiras pronunciadas
son como las gotas
que caen, inexorablemente,
de un grifo roto,
una tras otra
van conformando una película
que, frente al resto,
oculta al emisor,
a la vez que le aleja
de la realidad.
La madre de todas estas torturas
autoimpuestas,
el miedo,
es el peor veneno paralizante:
ahoga lentamente
a quienes no son capaces de inspirar profundo
y reconocer que están rodeados,
asediados,
por inseguridades y flaquezas
dispuestas a morderles la yugular.


viernes, 20 de agosto de 2010

Extraños.

Hace meses que salgo a la calle
buscándote,
y, siempre, regreso a casa
temerosa de no haberte visto,
si acaso nos hemos cruzado
en el mismo tiempo y espacio.

Imagino que eres
cada uno de aquéllos
que devuelve
mi mirada implorante.

Pienso que,
quizá,
te escondas
detrás del hombre
que me sonríe, amable,
en el café,
o, del que me sostiene
la puerta de entrada
del edificio en que trabajo.

¿Cómo saber cuál es tu apariencia,
tu olor,
o, incluso, tu carácter,
si jamás nos hemos conocido?
Al menos, todavía.


domingo, 1 de agosto de 2010

De manías y medias naranjas.

Todos tenemos algún tipo de manía o rareza. Algunos casos deberían ser objeto de un estudio psicológico minucioso, mientras que otros incluso pasarían desapercibidos para aquellos mortales que no tienen trato estrecho con dichos sujetos. El ser humano es complicado. A veces se ve irremediablemente arrastrado a realizar ciertas conductas o las mismas conductas que llevan otros a cabo en una peculiar forma.

Paula desarrolló su hábito diferenciador cuando era una adolescente. Explicaré en qué consistía: cuando se irritaba, se estresaba, se ofendía o simplemente una oleada de agobio le subía de las tripas, se ponía las zapatillas de deporte y echaba a andar. Unos cientos de metros o unos pocos kilómetros, dependiendo de la magnitud de la catástrofe emocional.

Si en su etapa púber desquició a sus progenitores el no saber a dónde iba ni cuándo volvería, de mujer adulta le acarreó no pocos problemas románticos. Sus novios duraban lo que tardara en aparecer un brote de ansia por caminar. Las soluciones de las parejas que aguantaron un poquito más fueron esconder las zapatillas, quemarlas en el horno o tirarlas por la ventana.
Hasta que llegó Martín. Alguien dijo alguna vez que cada cual tiene una media naranja y desde entonces, la idea se quedó en las cabezas de muchos.

Paula, la mujer que no exteriorizaba lo que sentía, sino que conducía al cuerpo a la extenuación para que dejara de padecer la mente, conoció a Martín, su media naranja, cuando el afán destructor de los predecesores de este medio cítrico y su propia manía andadora, le habían costado unos veinte pares de deportivas.

Martín le dejaba mucho espacio, cuando veía que ella estaba desbordada, le acercaba las zapatillas en las que previamente había metido en cada pie un papel con una palabra escrita: vuelve/pronto, todo/pasa, y, en unas cuantas ocasiones, los recados que él pensaba hacer cuando saliera: compra/pan, recoge/cartas.
Para cuando ella volvía del paseo, Martín estaba en casa, tranquilo, esperando, y le daba un beso tierno como se les da a los niños revoltosos cuando se comprende que está en su naturaleza ser así de traviesos.

Una tarde, Paula volvió realmente enojada a casa después del trabajo, pero algo había cambiado, tenía ganas de contárselo a Martín, así que se sentó junto a él en el sofá y empezó a hablar. La cuestión es que tenía tantísimo guardado que comenzó el relato con una riña con su mejor amiga cuando tenía 15 años.
Martín se quedó paralizado, sus ojos reflejaban un pánico que nunca había apreciado antes Paula (sí otras novias anteriores y antiguos mejores amigos), cogió la bicicleta y se fue para no volver. Quién sabe si el problema fue que dejaron de ser medias naranjas o que hubo dos palabras que él nunca escribió en sus zapatillas.

martes, 20 de julio de 2010

La muchacha de vestido blanco.

Estuvo parada tanto tiempo en el mismo lugar, esperando a quien prometió llegar y jamás lo haría, que los habitantes del pueblo usaban su figura para dar indicaciones a los visitantes perdidos, a los confundidos y a los ignorantes:

— Ven a la muchacha de pelo corto y vestido blanco allí quieta, pues a la vuelta de la esquina está la plaza mayor/ un par de tiendas más arriba encontrarán la mejor zapatería de la región/ no es una estatua.

Simplemente es alguien que siguió el dicho "la esperanza -y la paciencia, en este caso- es lo último que se pierde".
Pero el saber popular debería haber añadido una advertencia, una nota a pie de página, que especificara que, a veces, se encubre una fe ciega en que sucederá lo que, en el fondo, sabemos que no nos conviene, bajo la apariencia de esperanza. En tales ocasiones, es necesario aniquilar ese ánimo impostor sin compasión, ya que, de no hacerlo, corremos el riesgo de que nos consuma.

sábado, 10 de julio de 2010

Conversation one.


Hombre 1: —¿Te he contado alguna vez la verdadera historia de la llegada del hombre a la luna?


Hombre 2 suspira profundamente, reflejo de un agotamiento repentino.

Hombre 2: —Si tan sólo me la hubieras contado una vez…

Hombre 1: —¡Encima te quejarás! Pocos somos los que conocemos qué pasó en realidad.

Hombre 2: —¿Pero no ves que no es más que un cuento chino? Tanto la “verdadera historia” como la “ficticia” que, según tú, pretendieron “colar” a toda la humanidad. No hubo tal hazaña, la escena se rodó en un plató de Hollywood.

Hombre 1: —¡No digas barbaridades!

Hombre 2: —A ver, recapitulemos: tú conoces la historia…

Hombre 1 le interrumpe y con voz solemne contesta.

Hombre 1: —De boca del propio Neil Amstrong.

Hombre 2 con tono sarcástico repite: —Sí, “de boca del propio Neil Amstrong”.

Hombre 1: —Así es.

Hombre 2: —No sé si podríamos calificar como “fuente fiable” a tu compañera de trabajo, la cual escuchó el relato de su cuñada, quien resulta ser la mejor amiga del primo del fontanero que una vez reparó las cañerías del hombre que un día paseaba por el vecindario del astronauta y, de manera fortuita, oyó cómo le contaba “la verdadera historia” a su nieta.

Hombre 1 se encoge de hombros.

Hombre 1: —Eres un cínico. Ése es tu problema.

Hombre 2: —Que sepas que el portero de la finca de mi tía la de Cuenca tuvo una perra llamada Laika. Sí es cierto que viajó al espacio, pero volvió sana y salva. ¿Quieres que te narre su historia?

Hombre 1 asiente con vehemencia, pareciera que la cabeza fuera a desprenderse del tronco de tanto ímpetu.

Hombre 2: —La recogió de la perrera. Parece ser que los otros perros la discriminaban porque se daba ciertos aires de superioridad.

Hombre 1: —Asombroso.

Hombre 2: —Te estoy tomando el pelo, so bobo. Y por favor, deja decir estupideces, ése sí que sería un gran paso para la humanidad.







jueves, 1 de julio de 2010

Primer aniversario del blog.

El tiempo pasa volando: ya hace un año desde el día que inauguré este lugar. Lo cierto es que no sé muy bien por qué se me ocurrió hacerlo, supongo que la meta era "obligarme" a retomar la afición de escribir y compartir el resultado con más gente.

Siempre he sido bastante escéptica respecto a las emociones que se pueden generar en estos espacios virtuales, así que me he sorprendido gratamente al comprobar que es posible transmitir ilusión y cariño.

Durante este tiempo, lo que más me ha llamado la atención es el abanico de interpretaciones que surgen respecto a los textos. Cuando yo escribo, tengo una idea clara sobre el fondo, pero, de pronto, aparecen comentarios que me descubren visiones que no había ni imaginado. Y eso me encanta.

Además, el blog me ha permitido conocer muchos otros, y descubrir que hay gente que tiene mucho talento, que es muy original en sus historias, que encuentra las palabras exactas, que hace fotos increíbles...

Por todo ello, muchas gracias a todos.

Este aniversario de blog, que simplemente es un día más en el calendario, ha coincidido temporalmente con el cierre de mi etapa universitaria. He hecho las maletas y espero nuevo rumbo.

It's a new dawn, it's a new day, it's a new life, for me, and I'm feeling good.

jueves, 17 de junio de 2010

La elección.

Maldijo el rumbo de su destino
cuando éste rechazó
enseñarle sus cartas.

Se rebeló contra ese modo
cruel
de manejarle:
esposado de pies y manos,
y amordazado,
mientras trataban de convencerle
de que no existía
otra alternativa
más allá
de la marcada de antemano.

Le torturaban asegurándole
que su única opción
era resignarse.

Era empujado
contra su voluntad
a un futuro
del que,
desde su ignorancia,
no podía opinar.

A pesar de ello,
reunió fuerzas
para liberarse
y gritar.
Renegó de lo preparado
y planeado
sin su consentimiento,
reflexionó
y eligió
atreverse
a errar
por sí mismo.

domingo, 6 de junio de 2010

Cosas que pasan (II)

Durante una quincena, en la ciudadenqueambosvivían proyectaron una serie de películas de habla inglesa en versión original subtitulada. La selección era impresionante, el organizador era un reconocido crítico de cine.

Desde el primer día, Arturo, gran cinéfilo, acudió al evento. Como siempre, compró las palomitas y un refresco y se sentó en las últimas filas, esperando disfrutar de la proyección.

Por su parte, Margarita, algo miope, escogió una de las filas más cercanas a la pantalla.

El segundo día, poco antes de que comenzara “Citizen Kane”, Arturo se fijó en la mujer coqueta que se colocaba con cuidado las gafas y se acomodaba en el asiento. Pensó que tenía un aire a Holly Golightly en “Breakfast at Tiffany’s”, así que hasta que empezó la película, se dedicó a observarla, curioso.

El tercer día, ella notó que un par de ojos se clavaban en su nuca. Y se volvió para cruzar, por primera vez, la mirada con un hombre de unos treinta, del cual le extrañó que llevara puesta una gabardina, con el calor que hacía en el interior de la sala. Jamás hubiera imaginado que él pretendía vivir con ella un final como el de la película de Audrey Hepburn, ambos empapados de lluvia y besándose, y quizá luego, bailar como Gene Kelly alrededor de farolas y pisando charcos.

Según pasaban los días y las sesiones, Arturo iba ganando filas, mientras Margarita sacrificaba una visión más nítida, por sentarse más cerca del hombre misterioso.

El penúltimo día del ciclo pasaban “12 Angry men”, y únicamente una fila de desconocidos les separaba.

El último día, Arturo se armó de valor, como los protagonistas de sus películas de samuráis preferidas, y se sentó al lado de Margarita. Aún faltaban unos 10 minutos para que comenzara “Casablanca”, así que, antes incluso de preguntarle su nombre o decirle el propio, le susurró:
—¿Puedo hacerte una pregunta de cine?

Margarita, nerviosa, asintió.

—¿Te gustaría ir alguna vez conmigo? Ya sé que ya estamos en un cine, me refiero a una cita; después podríamos ir a cenar.

Sonrojada, volvió a mover la cabeza de arriba abajo.

— ¿Qué te gustaría ver?

— Sex and the city 2.

En aquel instante, Arturo notó cómo se quebraba su corazón, enamorado del cine. No podía entender cómo a una mujer que venía a un ciclo como ése le pudiera interesar aquel tipo de películas. Y, conteniendo el despecho de la mejor manera que pudo, le preguntó qué película del ciclo le había gustado más:

— La verdad es que vengo para desoxidar mi inglés. El cartel me ha parecido algo aburrido.

Arturo, tremendamente indignado, le escupió en la cara una versión de la mítica frase de Bogart:

— Ni tan siquiera tendremos París.

Y se marchó a la fila trasera de la que nunca debió alejarse.

jueves, 27 de mayo de 2010

La misión.

Personajes:

Dos jóvenes con sendos walkie talkies.
Una valerosa agente.
Dos villanos.
Un rehén.

La escena se desarrolla en algún lugar hostil e inexplorado.

ÚNICO ACTO.
Escena primera.

Joven uno: — Aquí princesa Leia, ¿me recibes Chewaka?
Joven dos: — Afirmativo. ¿Cuál es la posición de nuestra agente? Cambio y corto.
J 1: — Se está aproximando al objetivo, que se encuentra a 40 metros. Cambio y corto.
J 2: — Bien. En unos minutos aparecerán frente a ella los dos “gorilas” que vigilan la puerta del local en que está retenido el secuestrado. Dentro no hay nadie. Han salido todos a comer.


Escena segunda.

J1: — Comienza la misión de rescate en cinco…cuatro…

J 2 interrumpe la cuenta atrás. De un manotazo derriba los dos muñecos Lego que están frente a un Ken sentado en una pequeña sillita, atado con una lana morada.
J2 imita una voz femenina.

J2: — Ken, guapo, dame un besitooo.

J 2 agarra a la Barbie y al Ken y restriega sus bocas. J1 se pone colorada de rabia.

J1: —¡¡Mamáaaaaaaaaaa!! ¡¡Borja ha vuelto a fastidiar el juego!!

domingo, 16 de mayo de 2010

Feliz cumpleaños

Tú eres el mecanismo necesario
que ajusta lo real a lo esperado
de manera sutil,
apenas perceptible
e insuficientemente remunerada
- pocas veces te damos las gracias -.

Dueña de la voz más reconfortante,
y las manos más cálidas,
aquéllas que curan los rasguños
que nos hicimos
- y haremos-
en la andadura independiente.

Si de pequeña aprendí
que nada puedo temer
en tu abrazo,
es una lección que jamás he olvidado.

Portadora de la llave maestra
que cierra las puertas del desasosiego
y abre las de la alegría,
la confianza y la fortaleza.

Educadora,
- dentro y fuera de casa-
en la tolerancia y el respeto;
constructora de las bases humanas
de los logros del futuro
- de tus alumnos y de tu hija astronauta-.

Hay ciertas cosas
que tener por obvias
no se repiten lo suficiente:
Te quiero mucho.

domingo, 9 de mayo de 2010

Principio de transferencia de alegría.

Mi nivel de felicidad

es directamente proporcional

al tamaño de tu sonrisa.




lunes, 3 de mayo de 2010

Eso era amor.

Le comenté:
Me entusiasman tus ojos.

Y ella dijo:
¿Te gustan solos o con rimel?

Grandes,
respondí sin dudar.

Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.


Ángel González.

sábado, 24 de abril de 2010

Historias fantásticas.

En el período de exámenes, siempre nos reunimos ella y yo, a eso de las ocho de la tarde, en un Irish Pub (con sendas Desperados, una con limón, por favor) o en lo verde de la plaza de Anaya. Como por estas fechas no tenemos ocasión de vivir algo emocionante, o incluso, salir a la calle antes del encuentro, hemos hecho un pacto: durante el trayecto hasta el punto indicado en el que nos veremos, debemos crear una historia fantástica acontecida ese día. Tenemos nuestro ránking con los diez mejores relatos que hemos ideado en estos años. En el puesto número uno, como no podía ser de otra manera, el del día que nos conocimos, que, si bien, rompe uno de los presupuestos (no tiene lugar el día que fue contado), ha alcanzado este puesto porque fue creada entre las dos y nos resulta especialmente entrañable:

Ella tenía once años (yo diez) pero ya destacaba entre el resto de niños de aquel parque. La primera vez que nos vimos, yo estaba en un columpio rojo, tratando de lograr la velocidad adecuada para salir disparada y alcanzar la luna. Sabía que el viaje sería largo, por eso, empecé a zarandearme por la tarde, para poder llegar al satélite justo en el momento en el que apareciera en el cielo. Además, elegí la fecha según el estado de la luna: tendría que ser creciente, para que con su piquito de abajo me enganchara los faldones del vestido. Y en ésas estaba cuando apareció ella entre la arena protectora ante caídas infantiles, con su casco amarillo y una pequeña pala. Me resultó curioso el caso de la niña topo, así que le pregunté qué hacía, sin parar de columpiarme. Me dijo que quería llegar a Australia, para encontrar un canguro y pasear por el país en su marsupio. Entonces, ella me preguntó por qué iba tan deprisa mi vehículo, a lo cual, le respondí contándole mi gran plan. Como no queríamos arriesgar el buen fin de nuestras expediciones, prometimos buscarnos tiempo más tarde, e intercambiamos nuestros nombres. Cinco años después, coincidimos dando un paseo aéreo, yo agarrada a mi cometa de colores, y ella encima de un águila, así que, aprovechando el transporte y el viento a favor, decidimos darnos una vuelta por la península ibérica. Y desde ese día no nos hemos separado más de dos meses.

Lo que realmente sucedió fue que en la tercera semana de universidad, en la cafetería, me tropecé con los cables de su portátil, y se me cayeron todos los apuntes al suelo, encima de un café derramado. Como todo el cable se había enredado entre mis zapatillas, se desenchufó el portátil de la luz, y perdió su trabajo sobre la historia del mueble, cuyos cambios se había olvidado guardar. En vez de maldecir nuestra perra suerte, empezamos a reírnos a carcajadas, por ser tan desastrosas. Y desde ese día no nos hemos separado más de dos meses.

domingo, 18 de abril de 2010

La graduación.

Por suerte, el estrés propio de los últimos exámenes de mi vida universitaria, está conteniendo a la melancolía y también al miedo. Las únicas manifestaciones de aquélla son los suspiros que se escapan traviesos cuando menos lo espero y el pensamiento de que determinadas pequeñas cosas va a ser la última vez que las viva en esta ciudad (pasear por sus calles y junto al río, las exposiciones de arte contemporáneo –que sigo sin entender– en el museo que fue cárcel, sentarme en lo verde y en su plaza mayor con comida basura, bailar un twist en mi lugar favorito,…) o con los buenos amigos que he sido tan afortunada de conocer (las catas de cerveza y los pinchos, las excursiones, momentos de locura,…) o que, de manera más drástica, no van a volver a repetirse nunca (clases, profesores, comedores universitarios, …). En cuanto al miedo a lo desconocido, está apostado en las trincheras, esperando a que llegue la última nota superior o igual a cinco, para abrir fuego, lo sé.

El día de ayer fue bonito.

Sería faltar a la verdad decir que me emocioné con los discursos que dieron delegados de clase y profesores - padrinos durante la ceremonia, aunque ya suponía de antemano que las palabras de personas con las que, en el mejor de los casos, mi única relación es copiar sus explicaciones, y en el peor, ni tan siquiera había visto hasta ayer (delegados de otras clases o profesores de otras carreras), era difícil que lograran impactarme.

Por el contrario, sí me hizo ilusión ver proyectadas a tamaño gigante las fotos con mis amigos, mientras se oía a Joe Cocker cantar “With a little help from my friends” y brindar con ellos horas más tarde por un feliz futuro para todos.

Me alegra saber que mi familia está orgullosa de mí (aunque los que pudieron asistir a la graduación tuvieran que esperar más de dos horas hasta que finalmente dijeron mi nombre para ponerme la banda bicolor).

Otro momento para el recuerdo fue cuando recibí un regalo muy especial de dos personas que no pudieron acompañarme – físicamente– en el día de ayer: un birrete hecho de cartulina y un diploma muy particular.

Dicho todo lo anterior, como os podeís imaginar, ayer lucí una sonrisa enorme durante todo el día.

sábado, 10 de abril de 2010

Los hilos de colores.

Para que entiendas mejor lo que el otro día traté de explicarte, he ideado la siguiente metáfora:

Imagínate que de cada persona salen múltiples hilos que le unen con otras. Somos seres sociales, tendemos a la comunidad, está en nuestra naturaleza el interactuar con otros, el crear vínculos.
Piensa que esos vínculos se materializan en hilos de colores, en cables de acero o gomas elásticas, cuyo comienzo se ata al cuerpecito de uno y su final (o su otro comienzo, según desde dónde se mire) en el del otro.
A lo largo de la vida, vamos anudando nuevos cabos a nuestro alrededor, conforme vamos conociendo a nuevas personas.

Hay uniones estables y firmes, serían los cables de acero, por ejemplo, que nos conectan con nuestra familia, grandes amores y grandes amigos.

En otros casos, son gomas elásticas las que nos anudamos a la cintura, (creo que de ahí nació la expresión “tira y afloja”) en relaciones con baches y reveses; pero, las gomas tienen un límite de elasticidad, y superado éste, se vuelven fofas, caen al suelo y se ensucian, para acabar siendo cercenadas.

A veces, por el paso de los años, la falta de mantenimiento, los agentes externos, se van deteriorando las uniones, y se hacen más largas las distancias entre los sujetos, hasta terminar desapareciendo lo que les unió un día.

Sin embargo, otras veces, la ruptura es provocada intencionadamente por una de las partes: del otro lado nos hacen daño y decepcionan, incluso, alguno ha prendido fuego a su trozo inicial y ha esperado a ver cómo corría la llama a lo largo de la cuerda cual mecha buscando la dinamita y llegaba al otro, que, o bien, se quemaba, o bien, cortaba su inicio de cordel antes de que el fuego lo abrasara. En esas situaciones drásticas en las que la otra persona nos ha defraudado hasta el punto de chamuscar el hilo entrelazado y cuidado durante años, muchas veces te sucederá que te halles en la disyuntiva entre dejar a esa persona atrás o esperar (en la mayoría de las ocasiones, infructuosamente) a que el fuego se apague solo. (El resto de tus personas queridas desearía agarrar las tijeras de podar y sanear las uniones, eliminando las que sobran).
No temas cortar ciertos hilos que perdieron sus colores, porque otros vendrán a colorear esas hebras y aferrarse a ellas. Lo único que puedo aconsejarte, es que, aunque la otra persona se desate y se aleje, o coja las tijeras para eliminar el nexo común, cuando te sientas traicionada o decepcionada, nunca dejes que siembren en ti la desconfianza y te roben la fe en el resto del mundo, porque entonces, al instante, todas tus conexiones se convertirán en hilos débiles.


domingo, 4 de abril de 2010

Pesadilla recurrente.

Algunas noches, cuando era pequeña, dormía en casa de sus abuelos maternos.
Era un casa grande, que en otro tiempo fue un molino.
En invierno, la calefacción no lograba robarle el frío a paredes y suelos, así que metida en la cama, se resguardaba del mismo debajo de un montón de mantas. Siempre amanecía en la misma ubicación en la que se había acostado: en el justo medio del lecho hecha un ovillo. Su abuela creía que no se movía porque costaba hacerlo después de haber calentado un trocito de cama y que, además, el peso de las mantas se lo hubiera impedido.
La mujer ha sido toda su vida muy religiosa, y cada noche, antes de acostarse, le obligaba a recitar la consabida oración:
“Jesusito de mi vida eres niño como yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón,
tómalo, tuyo es, mío no.

Cuatro esquinitas tiene mi cama,
cuatro angelitos guardan mi alma.

Jesús, José y María
os doy mi corazón
y el alma mía.

Con Dios me acuesto, con Dios me levanto,
con la Virgen Maria y el Espiritu Santo.”

La abuela pretendía inculcar a su nieta la religiosidad y la "buena costumbre" de rezar antes de dormir, pero lo único que lograba era que cuando ella se iba de la habitación, apagando la luz tras de sí, se quedara la pequeña tiritando, haciendo enormes esfuerzos para no cerrar los ojitos y en posición fetal en el lugar central de la cama. Y es que esos días en que se quedaba a dormir bajo el mismo techo que sus abuelos, siempre soñaba que en cada una de las esquinas de su cama aparecían cuatro angelotes que le miraban con ira por haber sido molestados.




Juan Soriano (1920 - 2006)
Cuatro esquinitas tiene mi cama
1941. museoblaisten.com

viernes, 26 de marzo de 2010

La muerte de Verónica.

La primera vez que la vi, estaba ejecutando su número en aquel antro llamado “Deseos”. El ambiente estaba cargado, flotaba en el aire humo de cigarro y puros, y olía a sudor rancio. Pero allí estaba ella, iluminada bajo los focos morados, vestida para matar.


En cuanto entré, sus ojos se desviaron hacia mí, supongo que destacaba por mi traje impecable y mi gabardina gris entre tanto hombre que contemplaba cómo movía su trasero, babeando. Así que al acabar su baile erótico bajó del escenario por unas escaleras laterales hasta el lugar de la barra en el que yo tomaba mi whisky.

— No te conozco. Nunca has pisado por aquí antes. ¿Quién eres? – me inquirió.
— Señorita, aquí las preguntas las hago yo. Soy el detective Ernesto Gómez.

Ella se ruborizó, no estaba acostumbrada a que la llamaran señorita, pero el cariz formal de mis palabras no borró su sonrisa pícara.

— Has venido por la desaparición de Verónica, ¿verdad?
— Por su muerte, para ser más precisos. Esta mañana ha aparecido su cuerpo, cosido a balazos en un callejón. En su mano, asía fuertemente un broche en forma de flor con una esmeralda en el centro, manchado con su propia sangre, creemos que era su posesión más preciada, quizá la única con algo de valor.
— Eso es terrible – dijo ella clavando la mirada en mi vaso, y cambiando de tema comentó - Había oído que los policías no pueden beber en sus horas de trabajo.
— No estoy trabajando, es un asunto personal. Era la hermana de mi compañero.
— Cuanto lo siento. Yo la conocía bien, lleva – hizo una pausa tras darse cuenta del error en el tiempo verbal elegido- llevaba bailando varios años en este local.
— ¿Puede contestarme a unas preguntas? Pero en un lugar más tranquilo, ¿podemos ir a su camerino?
— Claro, te contestaré a lo que quieras.

Ya en el camerino, pude observarla mejor. Era hermosa, tenía el pelo rubio y rizado, y unas piernas largas y torneadas, decoradas con medias de rejilla. Poco más llevaba, una especie de vestidito negro de gasa por el que se entreveían la forma de sus pechos y un minúsculo tanga. Se sentó en su silla, frente al tocador, cruzó las piernas que acababan en unos tacones rojos imposibles y comenzó a hipnotizarme con el leve movimiento circular de la pierna que estaba encima. Sí, debió hipnotizarme porque no atendí a ninguna de sus respuestas, que, por otra parte, no eran nada reveladoras, se limitaba a decir que no sabía nada. Y seguía moviendo su pierna.

Como un bobo me dejé engatusar. Y terminamos enredados en un viejo sofá de cuero que había en su camerino.

— No sé tu nombre — le dije de pronto.
— Puedes llamarme Marilín. Me gusta que me llamen así, por la actriz, ¿sabes?

Me puse los pantalones y la camisa y me fui de aquél lugar bochornoso, con la misma información con la que había llegado y aún algo aturdido por el desarrollo de los acontecimientos.

A la noche siguiente volví, esta vez con la cabeza más serena. O eso pensaba, porque en cuanto me vio la rubia Marilín, me hizo un gesto con la mano, para que la siguiera, y como perro fiel, fui tras sus pasos, guiado por su olor, hasta el mismo sofá.

Y así durante una semana.

El octavo día me invitó a su casa y allí me dijo: —Vámonos. Salgamos de aquí, de esta ciudad apestosa.

No quise contestar, me avergonzaba confesarle que mi vida estaba más llena de mugre que aquel lugar.

Ella vio en mis ojos que no me iría a ningún lado y mucho menos con una cabaretera, así que cogió la pistola que usó para matar a la bailarina que osó decir que era más guapa que ella, la pobre Verónica, y descargó todas sus balas sobre mi cuerpo. En mi último instante de vida alcancé a ver, sobre la repisa de una ventana, un marco con una foto en la que se veía a mi bailarina preciosa, con el broche prendido en el vestido. Había sido un imbécil.

El detective ya no le oyó decir, entre carcajadas, —Tengo que hablarte de la muerte de Verónica…

jueves, 18 de marzo de 2010

Cosas que pasan (I)

Últimamente, su cabeza más que el soporte de ideas y sombreros, parece una especie de caldero mágico en el que echar los ingredientes de alguna pócima con quién sabe qué propiedades. Y es ella misma la que maneja la cuchara de palo, y da vueltas y vueltas al contenido. Qué mareo. Le gustaría saber hacer el pino para que todos los añadidos a este mejunje quedaran parados temerosos ante situación tan inestable y dejaran de darle la lata; pero es una mujer con los pies en la tierra, también en ese sentido. La primera y última vez que trató de hacer equilibrios, fue obligada por la musculosa profesora de educación física, asignatura que debería ser prohibida por ley en su opinión (baste mencionar que su récord personal de flexiones es de 4, aunque entre las féminas era una cifra más que honrosa, ya que alguna hacía media flexión, es decir, subía el cuerpo desdoblando los codos y se desplomaba); el caso es que esa vez que sus pies querían tocar las nubes y sus ojos ver el panorama desde otra perspectiva, oyó un cloc procedente de su cuello y como ella es algo exagerada y miedosa, ya no quiso volver a probar. Que para virguerías ya está la gente del Cirque du Soleil, se dijo entonces.

Así que no le queda otra que seguir con tanta lío en la cabeza. Tantos pros y contras que se apelmazan en la cabeza. Que sí, que no, que quizá más tarde.

Puf.

¿Cómo va a ser que una carnicera se enamore de un vegetariano?

viernes, 12 de marzo de 2010

Hoy ha muerto Delibes.

Desde pequeña, mi padre me inculcó la afición por los libros.
Otra de sus grandes aficiones, la caza, no ha podido compartirla con sus dos hijas, que nunca mostraron interés en aprender del manejo de la escopeta.
Delibes es uno de los autores preferidos de mi padre, por buen narrador, por cazador y por castellano que escribe sobre su tierra (que también es la nuestra).

Hoy ha muerto el autor de "El camino", una novela que leí siendo niña, como lo eran sus protagonistas, y que me dejó una gran huella.

He escogido un fragmento de esta novela para recordar hoy a Miguel Delibes:

"Es expresivo y cambiante el lenguaje de las campanas; su vibración es capaz de acentos hondos y graves y livianos y agudos y sombríos. Nunca las campanas dicen lo mismo. Y nunca lo que dicen lo dicen de la misma manera.

Daniel, el Mochuelo, acostumbraba a dar forma a su corazón por el tañido de las campanas. Sabía que el repique del día de la Patrona sonaba a cohetes y a júbilo y a estupor desproporcionado e irreflexivo.
El corazón se le redondeaba, entonces, a impulsos de un sentimiento de alegría completo y armónico. Al concluir los bombardeos, durante la guerra, las campanas también repicaban alegres, mas con un deje de reserva, precavido y reticente. Había que tener cuidado. Otras veces, los tañidos eran sordos, opacos, oscuros y huecos como el día que enterraron a Germán, el Tiñoso, por ejemplo. Todo el valle, entonces, se llenaba hasta impregnarse de los tañidos sordos, opacos, oscuros y huecos de las campanas parroquiales. Y el frío de sus vibraciones pasaba a los estratos de la tierra y a las raíces de las plantas y a la médula de los huesos de los hombres y al corazón de los niños. Y el corazón de Daniel, el Mochuelo, se tornaba mollar y maleable — blando como el plomo derretido— bajo el solemne tañir de las campanas."

sábado, 6 de marzo de 2010

La maleta.

—Estaba soñando contigo cuando sonó el timbre. Otras veces es el despertador con su alarma estridente el que me roba de las ensoñaciones en que reapareces. Odio cuando eso sucede porque, al menos cuando los sueños acaban por sí mismos, a la mañana siguiente, no recuerdo tu presencia en ellos. Pero de esta manera, me despierto confusa, creyendo que aún estás por ahí. Y sólo me quedan dos opciones: o bien, sobrevivir y pelear durante todo el día contra recuerdos y nostalgias, la realidad de las ausencias; o bien, rendirme, y si puedo permitirme quince minutos más de vida subconsciente, tratar de volver a dormirme y dejar que otro sueño borre tu rastro.

Eso quise contarte cuando vi que eras tú el que llamaba a la puerta. Pero, como otras veces, de reencuentros amargos en los que inicialmente no sé muy bien qué decir o qué hacer, me quedé callada, esperando que fueras tú quién rompiera el hielo.

Estas divagaciones, ya despierta, fueron alentadas, cuando observé que en el suelo a tu lado había una maleta: tu vieja maleta de cuero, la que llevábamos a cada uno de nuestros viajes.

En mi último sueño contigo, también portabas una maleta, pero no era ésta, era una nueva, de plástico duro y resistente, una “moderna”, preparada para esos tratos "delicados" que reciben las de su género en el aeropuerto; quizá más adecuada para volar horas sobre océanos, recorriendo mundo, o volar muchos minutos para volver a vernos.

Yo prefiero la tuya, que huele a sal porque una vez llegamos ansiosos de mar a ese pueblo costero que nos vería felices aquel verano y fuimos directos con ella a la playa, y terminó empapada de agua salada.

Ahora sí que estaba perdida. En el sueño, traías la maleta para devolverme los buenos tiempos, mientras yo te miraba dolida, pero sin lágrimas (ocurre que en esos momentos malos mis ojos se quedan secos, será por el shock, ya se deshidratarán más tarde, en soledad).

—Buenos días — dijiste finalmente, algo perplejo por mi cara de ida.
—Hola. ¿Qué llevas en la maleta? — una vez abierta la boca me arrepentí, ya había hablado más de la cuenta.
— Está vacía. He venido a buscarte. Y nada necesito si tú me acompañas.


Como respuesta a esta invitación, encerré los miedos en casa, te cogí de la mano y nos fuimos agarrados tú y yo y la esperanza.

domingo, 28 de febrero de 2010

Justicia poética.

Supuso que se trataba de una cuestión de justicia poética.

El mismo día que su mal carácter combinado con una pésima jornada en el trabajo le hicieron gritar a su pareja “Si no te gusta lo que hay, ya sabes dónde está la puerta”, señalando con el dedo índice la salida, un poco de aceite caliente saltó desde la sartén cuando preparaba la cena, para achicharrar ese dedo sentenciador.

Y ahora la ausencia temporal de otra personita en la casa, unida a la ampolla de su dedo, le recuerdan que debería aprender a tener la boca cerrada y a controlar su mala leche.

domingo, 21 de febrero de 2010

La máquina de escribir.

Aquella noche de invierno, en que no dejaba de nevar fuera, decidió abrir por primera vez el regalo que le hizo su padre antes de morirse. Habían pasado 5 años, pero nunca se atrevió a hacerlo antes, había guardado demasiado rencor a ese hombre que sólo en sus últimos meses de vida, cuando yacía medio moribundo en la cama de un hospital, mostró algo de cariño a sus descendientes. El regalo conscientemente olvidado era una máquina de escribir marca Olivetti, que usaba su abuelo, el padre de su padre, de profesión escritor, aunque de condición bastante mediocre.

La desembaló con cuidado y admiró su belleza. Era azul, con las teclas negras. Cogió una bayeta y con sumo cuidado le quitó el polvo de los días. Que él supiera, su padre jamás había presionado una sola tecla, como jamás había hablado bien de su abuelo, al que se refería como “pobre infeliz”. Él siempre pensó que la forma en que su progenitor les trataba a él y a sus hermanos era la consecuencia de una falta de cariño que había sufrido en su propia piel inflingida por quien más quería.

Él nunca tuvo intereses literarios, ni escribía ni era un gran lector. Se conformaba con leer los periódicos de información general y la prensa deportiva. Así que volvió a dejar la máquina de escribir, ya despojada de las motas del pasado en su caja y se fue a dormir.

Según pasaban los días, empezó a encontrarse extraño. Montones de palabras se agolpaban en su cabeza, chocándose y formando frases que lógicamente se ordenaban para dar lugar a cientos de párrafos. Tenía jaquecas constantes y un malhumor perenne.

Un impulso le llevó, en una noche más en vela, a tirar de un manotazo todo lo que había encima de su escritorio e ir a buscar la Olivetti junto con un paquete de 500 folios. Y pulsación a pulsación, fue extrayendo de su cabeza tanta sílaba unida perversamente. Estuvo horas escribiendo, no sabía cuántas, pero veía cómo se habían hinchado sus muñecas y tenía callos en los dedos que presionaban las letras más repetidas. Para acompañar su desvelo, el viento gélido bufaba tras los cristales. Y en el interior de la casa, la chimenea encendida algunas horas antes, chisporroteaba con ganas. Cada tanto, él se levantaba para desentumecer sus piernas y avivar la llama. Quién sabe cuántos minutos más tarde, escribió el punto final de aquel bodrio de novela, que por fin había abandonado su cabeza, liberándole. Y puesto el último folio sobre los 347 anteriores, les dio unos golpecitos contra la mesa, para que ninguna hoja sobresaliera frente al resto, y los echó al fuego con rabia.
Pero conforme se iban quemando esas letras escritas en la máquina maldita, otras nuevas se incorporaban a un nuevo baile en su cabeza.




Foto hecha por mi hermana Elena.

lunes, 15 de febrero de 2010

Una gran decepción.

Cuando yo iba al instituto, tendría unos 17 años, me encantaba la Filosofía (eso no ha cambiado). Una mañana, el profesor barbudo y místico nos explicó una teoría metafísica denominada “solipsismo”. Nos dijo que si él fuera solipsista, sólo podría estar seguro de su propia existencia, y de nada más. Yo escuchaba boquiabierta, en parte, porque cada palabra de ese hombre sabio estaba envuelta en un halo de verdad universal, para una pequeña altamente impresionable.

—¿Entonces, el resto de las personas, el resto de las cosas que vemos, que podemos percibir a través de los sentidos?— preguntó un compañero.

—De ellas no puedo afirmar su verdad— respondió el profe, totalmente metido en su papel de solipsista. —Pueden ser creaciones de mi mente, así que quizá yo te estoy inventando, como he ideado esa pregunta, como he dibujado esta clase, tu pupitre o la pizarra.

Yo estaba fascinada y como por aquel entonces tenía muchos pájaros en la cabeza (eso tampoco ha cambiado), me dirigí a casa caminando muy despacio, por si acaso no me daba tiempo a ir inventando los adoquines y las carreteras con sus aceras antes de dar el paso y terminaba en el vacío, en un abismo negro que, finalmente, sería fruto de mi invención más terrorífica. Si otras veces, jamás reparé en detalles a lo largo del camino, esta vez me sentía obligada a mirar a cada lado, a cada viandante, a cada coche, a cada tienda, a cada perro siendo paseado o paseando a su dueño (a veces no está claro); y mi sonrisa era cada vez mayor, sin hacer esfuerzos, ahí estaba yo, máxima deidad, pintando un mundo variado y tan elaborado. Qué maravilla.

Eso sí, si yo me creía poderosa Diosa, como nueva solipsista, ¿no le pasaría lo mismo a mi profesor y a todo el mundo en general? Me contesté enseguida que no, que sólo yo era consciente de esto que me pasaba, que el profesor había sido una invención más de mi subconsciente, para revelarme mis facultades infinitas y sacarme de esa ignorancia anterior.

El primer día del resto de una vida estupenda, pensé. Todos soñamos alguna vez con construirnos una vida a la medida. Sólo tenía que concentrarme e imaginar. Crear. Colorear.
Así que al llegar a casa, saludé a mis padres y mi hermana muy alegre, con un montón de planes en el bolsillo. Después de comer me encerré en mi habitación con varios cuadernos y bolígrafos para dejar escrito mi mundo ideal, un mundo que otros sólo podrían anhelar. Estuve toda la tarde anotando cómo debería cambiar todo. Algunas cosas eran obvias, como por ejemplo, convertir mi piso en un palacio entre las nubes, acorde con mi posición suprema en el universo por mí creado, además de cambiar el instituto por un lugar donde seguir formándome, pero a otro nivel, con clases adecuadas a mi carácter (y sin Biología, total, si yo había creado animales, plantas y el planeta tierra y, en general, todo el universo, en algún lugar de mi mente estaría todo eso que aborrecía estudiar). Otras eran más altruistas, encaminadas al bienestar de mi pueblo, de mis muñequitos pseudo humanos que se consideraban personitas autónomas, pobres ilusos, jamás volvería a crear situaciones que los pusieran en peligro de ninguna manera.

Me acosté muy cansada. Es agotador dirigir el mundo, pensé. Lógicamente unos planes tan detallados requieren un cierto tiempo de cocción, así que dormí y soñé cómo se solucionaba cada conflicto en el mundo y cómo me construían el palacio.

A la mañana siguiente, mi hermana me despertó tirándome una almohada a la cabeza. Miré por la ventana y vi el patio de luces de mi piso. Puse las noticias, como cada mañana, y ahí estaban, las mismas desgracias de cada día. Y, en ese momento, me puse a llorar. Mi madre creyó que era porque me estaba volviendo muy empática (que también), pero lo cierto es que pensé que ser lo de ser solipsista era un timo y desde entonces, el barbudo no me pareció más que un hippie loco.

martes, 9 de febrero de 2010

Paradojas (II)

Por casualidad hace unos días encontré, envuelto en hojas de periódico ya amarillentas, un reloj de sol que hice con arcilla hace unos cuantos veranos.

La impaciencia es uno de mis muchos defectos y, en aquel caso, se tradujo en distancias erráticas entre los números, diferencias en el tamaño de las cifras y varios desconchones torpemente remendados.

Desde entonces, me he estado preguntando si realmente se puede denominar “reloj de sol” a un objeto toscamente moldeado en barro que, desde su nacimiento, fue condenado a las sombras.


Imagen de la web estecha.com.

martes, 2 de febrero de 2010

Los fantasmas.

El eco de aquellas voces pretende, sin éxito, volver para perturbarle. Las palabras hirientes de cada una de las personas que le hicieron probar el sabor de sus lágrimas. Esa conjunción de sílabas malintencionadas que horadaron su corazón, antes ingenuo y sin escudo, ahora desconfiado y receloso. Lo único que le preocupa es que la ristra de cadáveres que va dejando a ambos lados del camino, un día le delate, revelando su verdadero carácter. Tomad aire, no ha matado a nadie, los mató el olvido por él.

martes, 26 de enero de 2010

I'm back.

Voy a contaros brevemente cómo fue mi viaje a Londres. Eso sí, no prometo que agrupe los sitios visitados en el orden correcto y es que la situación económica precaria de casi todo estudiante y los horarios tempraneros de los vuelos nos forzaron a pasar en el aeropuerto la primera noche y la última, con lo cual, los límites de cada día son difusos para mí, demasiado café...

El primer día en Londres, nos pateamos todo el centro, de Buckingham Palace a Hyde Park, de ahí a Piccadilly Circus, Covent Garden, el embarcadero (no hubo éxito, no había barquitos de esos que te dan una vuelta por el Támesis), Parlamento, Big Ben, abadía de Westmister, Soho (¿de veras está 20 minutos de Westmister? Creo que el inglés que nos indicó era pariente de Usain Bolt) de ahí a cenar y a planear el próximo día. Estábamos alojados en un bed & beakfast, que era para lo único para lo que pisamos el lugar (dormir y desayunar), y gracias, que no quiero ni acordarme de esa moqueta ennegrecida, jaja.





El segundo día, tras desayunar, dos de nosotros a lo English, (yo no, que a mí eso de comer alubias y huevo frito en la mañana como que no me apetece, jeje), fuimos a Harrod´s y de allí a otra propuesta comercial completamente distinta: Camdem Town, barrio peculiar, jeje, con su mercado y su Amy Winehouse (a esta última no la vimos), de allí de vuelta al Soho, paseo en bus de dos plantas (recomendación: comprar one-day travelcards, para bus y metro, sale mucho más económico) hasta la catedral de San Pablo, de nuevo bus hasta Tower Bridge y Tower of London, maravillosas vistas desde el embarcadero, y unas cervecitas, claro, como somos nosotros, imprescindible, jeje, pedimos "London Pride". Más tarde, no mucho, que allí se vive a otro ritmo, fuimos a cenar, a un restaurante español, que de español tenía la bandera y carteles de corridas de toros, pero platos como "Pollo al Ecuador", jamás los probé en España. Cenaditos, no podíamos ir a tomar más cervezas porque ya habían cerrado. De hecho, era curioso ver a la gente de copas a las ocho de la tarde... Y las mujeres inglesas he de decir que sí que están curtidas para el frío, que iban en vestiditos sin abrigo y sin medias, qué valientes.

El tercer día, fuimos a Notting Hill, a pasear por el mercado de antigüedades de Portobello Road. Y de allí, a la National Gallery, a ver "Los girasoles", entre otros cuadros. Y hacernos fotos varias por ahí, jeje.

Y el cuarto día, volvimos a España, un poquito cansados, jeje, la que escribe durmió catorce horas del tirón, jaja.


Pero mereció la pena...

Ésta soy yo, saltando en Hyde Park.

lunes, 18 de enero de 2010

Y la playa llora y llora...

Sus extremidades estirándose revelan que ya se ha despertado. A continuación, ejecutará su coreografía, el baile ritual matutino, que ha aprendido su cuerpecito menudo a fuerza de repetirlo diariamente. Tumbada en el lado derecho de la cama, extenderá los brazos muy despacio hacia el lado contrario, aquéllos que ahora vieran la escena creerían que es su modo de desperezarse, pero errarían; sus finos dedos criban el aire a su lado, tratando de palpar otro cuerpo, una vida ajena a la suya, una silueta masculina. Pero hace tiempo largo que él no está.
Y la soledad, anteriormente agazapada en un rincón de la habitación, oculta en las sombras, en ese instante, saldrá de su escondite para asestarle el golpe, y hacerle tambalearse cuando apoye los pies en el suelo. Como cada día desde hace muchos, se levantará con la tristeza anclada en el alma.

El siguiente paso de baile le llevará a la vieja silla frente al tocador, donde se sentará, frente al espejo, para peinar con sus dedos ágiles su pelo ensortijado y rebelde.

El movimiento que sigue, le transporta a la cocina, a preparar café para dos, sabiendo que sobrará la mitad. El aroma del líquido negro le traerá de vuelta a la vida, si es que a esto se le puede llamar vivir.

Tras tomar el café y ponerse un vestido, sale corriendo hacia la playa, para iniciar la búsqueda en la arena de las huellas de su enamorado, un pescador que tragó el mar hace años, que solía recorrer descalzo la arena mojada en las mañanas de bruma.
El mar, amado y odiado con la misma fuerza.

Y obtendrá el mismo resultado de todos los días: montones de huellas desconocidas, de amores de otros y otras o amores de nadie.

A la noche, con la marea baja, volverá a la playa, y se sumergirá en el mar, y dejará que su cuerpecito se mezca al compás de las olas, implorando secretamente que le lleven de vuelta con su esposo.

Una de esas noches dolorosas, exhausta de tanto llanto y búsqueda infructuosa, quedó dormida en la arena, acunada por el arrullo del mar cortejando a la playa. Cuando despertó a la mañana siguiente, sus brazos, acostumbrados a ciertas rutinas, a ciertos bailes rituales, se extendieron hacia la izquierda, y el mar, amado y odiado con la misma fuerza, los lamió y acercó a sus manos una botella de cristal que conservaba en su interior el mensaje que ella lanzó desesperada tiempo atrás: "Ne me quitte pas"

Para mi hermana Elena, por su cumpleaños.

martes, 12 de enero de 2010

El mundo.

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia,
pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde
arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar
de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las
demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos
chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de
fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego
loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos
bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la
vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca se enciende.



Microrrelato de "El libro de los abrazos", de Eduardo Galeano.

sábado, 2 de enero de 2010

El mejor espectáculo circense

¡Señores y señoras, pasen y vean!¡El circo Racatachimpún tiene el placer de presentarles el espectáculo de "El domador desacorazado"! ¡Acérquense a la gran carpa amarilla central y disfruten de un show único en el mundo! ¡Para mayores y pequeños, una experiencia que jamás olvidarán! ¡Corran, el aforo es limitado! Así cantaba la megafonía del circo.

Minutos más tarde, pocos, pues se había generado una gran expectación entre el público, no cabía un alma más en el interior de la carpa amarilla. Y por fin, un payaso vestido de torero pronunció las siguientes palabras a modo de introducción: "Queridos amigos, el circo Racatachimpún se complace en presentarles el espectáculo "El domador desacorazado", un show jamás visto y tan único en la historia circense, que será imposible de repetir. Son ustedes, amables espectadores, realmente afortunados. Y sin más, que aparezca ya el domador."
Todos los ojos de la sala se dirigen hacía la puerta verde que se encuentra al final del escenario, por la cual, en ese momento, cruza un ser extraño: de cintura para abajo viste unos pantalones bombachos rojo chillón, pero su tronco superior está cubierto por una armadura, y su cabeza por un yelmo. Omitiendo los pantalones bombachos, podríamos pensar que es un caballero sacado de una novela épica. La gente cuchillea nerviosa, algunos, los más quisquillosos e impacientes, se lamentan de haber pagado la entrada para ver a semejante engendro.

Esta vez es un enano saltarín el que continúa el discurso comenzado por el payaso torero: "Hace seis meses, transformamos a nuestro domador de leones en lo que ahora ven. Fue fruto de una casualidad, no vamos a negarlo; estábamos haciendo malabares con objetos extraños que encontramos en un viejo baúl, y cuando la armadura que ven ustedes bajó desde la gran altura a la que el domador la había enviado, le cayó justo encima y se le quedó encajada, y para completar el conjunto, decidió ponerse "el casco". Lo que jamás hubiéramos imaginado es que esa armadura le protegería no sólo del mundo exterior físico, sino que mataría su sensibilidad, sí sí, como oyen, este domador lleva seis meses sin sentir dolor o alegría. Y les juro por mi santa y diminuta madre que ha pasado por un calvario el hombre, pero ni una sola lágrima ha tratado de abandonar sus ojos y escurrirse por debajo del yelmo. También ha vivido grandes situaciones que podríamos calificar de felices, tengan en cuenta que esto es un circo, pero jamás le hemos escuchado reír, y créanme si les digo, que jamás conocí a hombre de risa más sonora y contagiosa. Incluso le llevamos a una psicóloga, que, a la postre, trabaja aquí como Mujer Barbuda, experta en traumas de artistas, la cual, nos ha dicho que como hemos encerrado su corazón en esta coraza pasada de moda, el domador vive en un mundo aséptico, totalmente neutral. Para demostrar esta teoría tan descabellada, escuchamos su corazón, fiel reflejo de las emociones humanas, como todos sabemos, incluso los que no pertenecen al circo, y sonaba lejano y con latidos distantes entre sí, estaba casi parado."

"En el día de hoy, vamos a romper su coraza con un soplete que tengo aquí ahora" (El público, enamorado de emociones fuertes, exclama al unísono "Ooooooooh").

El domador se quita entonces el yelmo y el público observa que no hay señal de pánico en su cara, tan sólo, indiferencia. Va ser verdad que está condenado a la apatía, comentan algunos.

El enano con el soplete, despacito despedaza la armadura, liberando al pobre domador.
"Señoras, señores, ahora llega el minuto estelar. El clímax. Un instante que jamás olvidarán." Y ordena al domador que se arrodille, para ponerle sus deditos en el cuello, sobre la carótida, para tomarle el pulso. ¡LATE CON FUERZA!, grita. Y como el público no alcanza a creer el milagro del hombre que recupera sus sentimientos tras seis meses encerrado en su crisálida de hierro, coge el micrófono y lo coloca en el costado izquierdo. Pom, pom, pom, pom. El público se levanta de sus asientos y ovaciona como loco.

Pero...¿qué sucede? ¿Quién ha dejado la puerta verde abierta? Viene el león al que el domador amaestraba hasta que la armadura le alejó de todos. Ay. El público está aterrorizado. Por megafonía, una voz de hombre, con un timbre excesivamente afeminado, consecuencia de unos nervios mal disimulados, trata de calmar al populacho: "Amigos, no se muevan, está todo controlado. Esto es parte del show. Les devolveremos el dinero. Por Dios no se muevan, que va a ser peor. Si se quedan todos quietos, quizá pase de largo. Esto no nos lo va a cubrir el seguro. Ay." El público no tiene otra que no moverse, cada persona ha corrido en una dirección y se ha formado una especie de trenza humana.

El león se va acercando, pero el domador está relajado, quizá no sea verdad que ha recuperado la capacidad de sentir. Ay, qué tragedia, el león ha puesto sus zarpas alrededor del cuello del domador. La cena está lista. Pero, ¿Qué demonios? ¡Le está dando un abrazo!