Aquella noche de invierno, en que no dejaba de nevar fuera, decidió abrir por primera vez el regalo que le hizo su padre antes de morirse. Habían pasado 5 años, pero nunca se atrevió a hacerlo antes, había guardado demasiado rencor a ese hombre que sólo en sus últimos meses de vida, cuando yacía medio moribundo en la cama de un hospital, mostró algo de cariño a sus descendientes. El regalo conscientemente olvidado era una máquina de escribir marca Olivetti, que usaba su abuelo, el padre de su padre, de profesión escritor, aunque de condición bastante mediocre.
La desembaló con cuidado y admiró su belleza. Era azul, con las teclas negras. Cogió una bayeta y con sumo cuidado le quitó el polvo de los días. Que él supiera, su padre jamás había presionado una sola tecla, como jamás había hablado bien de su abuelo, al que se refería como “pobre infeliz”. Él siempre pensó que la forma en que su progenitor les trataba a él y a sus hermanos era la consecuencia de una falta de cariño que había sufrido en su propia piel inflingida por quien más quería.
Él nunca tuvo intereses literarios, ni escribía ni era un gran lector. Se conformaba con leer los periódicos de información general y la prensa deportiva. Así que volvió a dejar la máquina de escribir, ya despojada de las motas del pasado en su caja y se fue a dormir.
Según pasaban los días, empezó a encontrarse extraño. Montones de palabras se agolpaban en su cabeza, chocándose y formando frases que lógicamente se ordenaban para dar lugar a cientos de párrafos. Tenía jaquecas constantes y un malhumor perenne.
Un impulso le llevó, en una noche más en vela, a tirar de un manotazo todo lo que había encima de su escritorio e ir a buscar la Olivetti junto con un paquete de 500 folios. Y pulsación a pulsación, fue extrayendo de su cabeza tanta sílaba unida perversamente. Estuvo horas escribiendo, no sabía cuántas, pero veía cómo se habían hinchado sus muñecas y tenía callos en los dedos que presionaban las letras más repetidas. Para acompañar su desvelo, el viento gélido bufaba tras los cristales. Y en el interior de la casa, la chimenea encendida algunas horas antes, chisporroteaba con ganas. Cada tanto, él se levantaba para desentumecer sus piernas y avivar la llama. Quién sabe cuántos minutos más tarde, escribió el punto final de aquel bodrio de novela, que por fin había abandonado su cabeza, liberándole. Y puesto el último folio sobre los 347 anteriores, les dio unos golpecitos contra la mesa, para que ninguna hoja sobresaliera frente al resto, y los echó al fuego con rabia.
Pero conforme se iban quemando esas letras escritas en la máquina maldita, otras nuevas se incorporaban a un nuevo baile en su cabeza.
Foto hecha por mi hermana Elena.
Debería haber un cuerpo de la policía especializado en impedir que autores atormentados destruyan sus obras...
ResponderEliminar:)
Me encanta el anillo!!!! Ah, yo todavía conservo una de esas máquinas de escribir de mi madre.
ResponderEliminarUn besico
Buena historia.
ResponderEliminarBuen anillo.
Buena foto.
Besos.
Para que veas, todo el mundo siempre tiene algo que decir por mucho que lo oculten
ResponderEliminarA lo mejor la novela no era tan bodrio ¿No?
ResponderEliminarY que narices quemarla nada más escribirla...Curioso castigo, tener novelas que escribir...
Abrazotes
¿crees en los fantasmas?
ResponderEliminarbonito anillo, seguro que fue el que inspiro la actualización.. más que nada porque es mío
:)
347 páginas??? wow menudo superdotado ja ja ja.
ResponderEliminarBromas a parte, esta historia, teje sueños ;))
Besos tecleados
Si habré quemado folios y folios de vómito literario...
ResponderEliminarLa foto es cariñosa. Pero, por qué la 'Z' ??
Un beso.
Qué buena historia, Lucía. A mí, a veces, me pasa que hay frases que se me repiten en la cabeza pero se quedan en eso, simples frases. Si se me bailara una novela, por mala que fuera, sería genial...
ResponderEliminarMe encantó el anillo de tu hermana, por cierto. Un saludo también a ella que nos llamamos igual.
Y para ti un beso enorme y mil gracias por sumarte a la celebración de mi cumpleblog!!!
¡Una Olivetti! Qué bonito.
ResponderEliminarY qué bonito tu anillo, Lucía.
¡Muá!
Qué satisfacción que es quemar algo escrito por uno, una especie de bronca por lo malo que somos. En este caso será por otras cuestiones, pero intuyo que generará libertad o sacarse un peso de encima.
ResponderEliminarQue comiences bien la semana.
Te mando un beso
Qué bueno el relato. Es curioso el modo en que algunas cosas nos poseen. Aunque no parece la solución quemar lo que escribe. Siempre volverá. Quizá si regala esa máquina de escribir a otra persona...
ResponderEliminarTodavía conservo mi vieja Olivetti, mi primera máquina de escribir.
Ah, y el anillo es muy bonito.
Un beso
lo importante es que las palabras no dejen de resonar en la cabeza...mientras hayan ideas...habran historias qué contar.-
ResponderEliminarme gusta ese anillo.
besitos
Cuando pido a las voces en mi cabeza que callen, suelen contestar "no molestes, una cerveza más y nos vamos".
ResponderEliminarLinda historia, linda foto, lindo anillo y linda mano.
Un beso y dos etcéteras
Hemingway decía que si en el pozo se secan las las ideas y las "palabras" tan sólo" hemos de esperar a que la noche las vuelva a llenar hasta que rezumen de nuevo.
ResponderEliminarSaludos
Precioso relato de principio a fin no pude despegarme manteniéndome interesada, con un final impactante e inesperado. Tal vez esa sea una buena idea de quitarse tanto lastre de nuestras mentes...quiza. Me dejó pensando. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarpienso que escribo cuando hundo una tecla, pero es ella quien me escribe cuando me hunde.
ResponderEliminar(alma de borrador)
biquiños
es una z o una n?
ResponderEliminara mi me encantan las máquinas de escribir, deberían revalorizarse, ellas crean palabras.
Un fuego reparador que elimina los detritos del alma.
ResponderEliminarQue alguien apague esa chimenea -o lo que fuera-, me ha dado un escalofrío.
ResponderEliminarAis, cuanta empatia siento por ese escritor frustrado y cuantas emociones me ha evocado tu historia.
ResponderEliminarEn primer lugar porque siento (creo que la mayoria de la gente que siente la urgencia de contar cosas lo hace)que, en realidad, las historias no se escogen, sino que se imponen desde el interior.
Creo que los contadores nunca están mentalmente "en barbecho", siempre hay algo germinando en sus cabezas. A veces puede ser agotador.
Paul Auster dice que solo la oscuridad tiene el poder para lograr que un hombre abra su corazón al mundo y es cierto...
Y en segundo lugar también siento y he sentido la picadura de la autoexigencia muchas más veces de las que me gustaría (mis constantes autoborrados dan fe de ello).
Urgencia... crear... destruir... menudo circulo vicioso tan masoca y magnetico al mismo tiempo...
Kisses reflexivos ***
debido a que me hallaba lejos del norte me he mudado a "lejosdelnorte.blogspot"
ResponderEliminarbiquiños
Destruir para crear, o simplemente para olvidar, buen blog, buen anillo de superhéroe!
ResponderEliminarQué fuerte Lucía, mi chico me ha hecho un anillo como ése. Diferente letra, pero súper parecido. ¡Ayssssssss, qué contenta estoy!
ResponderEliminarUn besote
y el tipo se puso el sombrero para marcharse de casa...y encontró junto a la chimenea un manual con el título: "el arte de quitar sombreros"...y cuando fue a leerlo aquellas páginas estaban en blanco...soñó con escribir algo...un verso...un relato...un sueño...
ResponderEliminartu vecino del 4º
si quereis ver maquinas de escribir de todas épocas visitar:
ResponderEliminarwww.maileando.blogspot.com
G r a c i a s en nombre las verdaderas plamadoras de sentimientos, novelas, versos, que hubieramos creado sin maquinas de escribir y su tintineo RONCA.