martes, 26 de abril de 2011

El incidente

El sonido de la tormenta tras las ventanas no consiguió ocultar el ruido del asalto. Así que mamá bajó las escaleras corriendo para comprobar los daños. Y allí estaban, aún temblando sobre la mesa, las lilas tumbadas, el jarrón de cristal destrozado en innumerables pedazos, y el agua llorando sobre la alfombra, gota a gota.

De pie, al lado de la mesa, el chiquillo travieso, fingía estar sorprendido ante esa visión.

No hicieron falta preguntas, sólo esa mirada inquisitiva que tienen todas las madres.

Entonces, el pequeño cogió su lupa de explorador/coleccionista de sellos e impostando una voz detectivesca rompió el silencio:

— Es un misterio fascinante.

sábado, 16 de abril de 2011

Historia clínica.

"Informó que sufría taquicardia cada vez que lo veía, aunque fuera de lejos.

Declaró que se le secaban las glándulas salivales cuando él la miraba, aunque fuera de refilón.

Admitió una hipersecreción de las glándulas sudoríparas cada vez que él le hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo.

Reconoció que padecía graves desequilibrios en la presión sanguínea cuando él la rozaba, aunque fuera por error.

Confesó que por él padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas. Que en los días no podía parar de decir bobadas y en las noches no conseguía dormir.

-Fue hace mucho tiempo, doctor -dijo-. Yo nunca más sentí nada de eso.

El médico arqueó las cejas:

-¿Nunca más sintió nada de eso?

Y diagnosticó:

-Su caso es grave."

Microrrelato de la colección "Bocas del tiempo" de Eduardo Galeano.

lunes, 4 de abril de 2011

Maravillosamente imperfectos.

Dentro de unos cientos de años, cuando el tiempo ya no se mida en términos tan subjetivos como la duración de un beso, el intervalo entre la última vez que te vi y la próxima ocasión en que pueda abrazarte, cuánto se puede sostener la mirada después de una mentira –quién sabe si piadosa –, sino en cifras huecas, a la par que objetivas –quizá en números romanos, esos nunca pasarán de moda-; en una cadena de montaje, el robot número 1 le preguntará al número 2 por qué se siguen fabricando seres humanos si son ineficientes, dado que su rendimiento y productividad son mínimos, además de ser terriblemente sensibles y frágiles.

En ese momento pseudofilosófico, el robot número 2 moverá una de sus extremidades hidráulicas superiores hacia la cinta transportadora que lleva los ejemplares de un lado a otro de la fábrica, para indicarle al robot número 1 que uno de los sujetos tiene una extraña mueca en la cara:

– Observa, las comisuras de los labios están inclinadas hacia arriba, y esto provoca que unos surcos se formen en sus mejillas. Debe de ser lo que antaño se denominaba “sonrisa”.

Ambos, el robot número 1 y el robot número 2, informarán sin dilación al robot-jefe, que rápidamente ordenará deshacerse del producto defectuoso y poner en cuarentena todo el recinto, no vaya a tratarse de un virus contagioso.