lunes, 31 de agosto de 2009

Los candados del ¿amor?

- Por nuestro quinto aniversario, mi novio y yo viajamos a Roma. Yo soy muy romántica, ¿sabe? Un día, paseando de la mano de mi chico, cruzamos el Tíber por el Puente Milvio y nos sorprendimos al encontrar miles de candados con los nombres de parejas enganchados por distintos sitios del puente. ¡Qué bonito!, pensé. Así que convencí a mi novio para comprar nuestro candado y sellar nuestro amor para siempre en la bella ciudad. Y así lo hicimos, pero cuando yo iba a lanzar la llave al río, mi novio me detuvo. Consérvala de recuerdo, me dijo. No podía creerlo, ¿de recuerdo? Sólo podía significar que él no creía que fuera para siempre, quería que me quedara la llave para poder dejarme y regresar a abrir el candado. Las cosas fueron a peor, nos amargamos mutuamente el viaje porque él no quería reconocerme que no quería estar conmigo. Volvimos a España y en un arrebato en medio de una discusión, me tragué la llave.

- Eso lo explica todo - comentó el médico examinando la radiografía de la joven, en la que se apreciaba la silueta de una llave.

- ¿Tiene remedio, doctor?

- Lo de la llave sí - respondió él divertido.




Fotografía de una pintada romántica frente al río Tíber.

miércoles, 26 de agosto de 2009

El curioso impacto del transcurso del tiempo.

Nacemos.

Durante breves años somos unos niños, ingenuos, ilusos, confiados, quizá juguetones, quizá tímidos, quizá traviesos, quizá cariñosos…

Con el devenir del tiempo y los episodios vitales, maduramos y perdemos nuestra antigua magia para convertirnos en adultos, medianamente responsables o dejados, puede que exitosos, o sin hogar, fumadores, vegetarianos, impuntuales, quisquillosos, alegres, pacifistas, o extrovertidos, …

Cuando llega la senectud, los años ya han marcado con dureza nuestro cuerpo: canas, arrugas, flacidez, kilitos de más,… Y para algunos llega la inseguridad porque ocultan estos signos de experiencia, pretendiendo ser lo que han dejado de ser o convirtiéndose, por efecto del exceso de reparaciones, en lo que nunca fueron.

Finalmente, en los estertores de la vejez y, por ende, de la vida, volverá nuestra mente a la edad pueril, aunque seremos unos viejos resabiados.


[Quiero acompañar este texto de la canción "When I'm sixty four" de los Beatles.
Si una imagen vale más que 1.000 palabras, ¿por cuántas palabras vale una canción?]



Para dos personas viejecitas muy queridas.

lunes, 24 de agosto de 2009

De safari por el parque.

Hace tiempo que no voy de safari por el parque.
El verano es la época ideal para hacerlo, más aún este año, en el que la hierba crece salvaje y nos permite casi ocultarnos por entero de las miradas ajenas.

En ocasiones, iba de safari yo sola, cargada con mi kit de supervivencia: algo de música y un buen libro o un cuaderno donde escribir pequeñas historias. El objetivo era observar a la gente, estar al aire libre, sin balas ni dardos, nada de eso.

Otras veces, iba acompañada. "Cazábamos" unos bocatas a cambio de un cierto precio y nos íbamos tú y yo al parque. Si nos alcanzaba la noche, nos tumbábamos en la hierba a contemplar las estrellas; y quizá entonces eran otros los que nos miraban envidiosos. Empezaba el safari para las hormigas, que se subían por nuestras piernas y brazos desnudos al fresco nocturno, y laboriosamente transportaban los pequeños restos, las migajas de nuestro tentempié.
Ya no es tan fácil mirar las estrellas, alguien ha colocado unos focos gigantes en el parque. La lejanía de los astros hace imposible que su luz pueda competir con los malditos focos.
Recuerdo que en esas noches y siempre a la misma hora, las gotas de lluvia de los aspersores nos devolvían a la realidad: estábamos al lado de casa.




El motivo de este relato y el título del mismo se inspiran en la última frase de esta canción y en la afición de su autora de sentarse en los jardines.

sábado, 22 de agosto de 2009

22 es mi número de suerte canta Calamaro.

Recuerdo con claridad la primera ocasión en la que escuché a Calamaro. Yo estaba en una ciudad del Estado de New Jersey en un curso de inglés. Por aquél entonces, no había cumplido los 12 años, los cumpliría días más tarde y aún en país extranjero.

Una familia americana maravillosa había compartido su hogar conmigo. Mi habitación antes de llegar yo era lo que ellos llaman living room y nosotros sala de estar. Era una sala de estar peculiar porque tenía una bicicleta estática y también una elíptica (que para aquellos que estéis poco familiarizados con el gimnasio, es una máquina que acompaña el movimiento de tus piernas cuando éstas hacen el amago de correr). Además, para hacer posible mi descanso, había una cama en el centro y una cortinita aislaba la room del resto de la casa. La cortinita pretendía darme intimidad, pero era fácil de vulnerar, tanto que un día me desperté de la siesta rodeada de unos cinco teenagers (mi hermano americano y unos amiguitos) que sentían curiosidad por la Spanish siesta, o por el bicho raro que estaba durmiendo a esas horas.

La habitación también tenía una minicadena, pero a ese viaje yo no había llevado nada de música porque no tenía aparato propio con el que escucharla (días más tarde y con ocasión de mi cumpleaños, amigas españolas que también estaban haciendo el curso me regalarían un discman, que aún conservo, pero al que el mp4 ha arrinconado actualmente). Una de estas chicas que me regalaron el discman, Bea, de Logroño, me dejó dos cassettes (uy dónde queda el cassette ya, lo mató la obsolescencia tecnológica; el tiempo pasa, nos vamos haciendo tecnos, que diría el propio Calamaro), uno de ellos contenía bandas sonoras míticas (por ejemplo, la de El piano) y la otra era El Salmón CD1 de Calamaro. Las dos cintas me encantaron.

El espíritu rebelde de El Salmón se apoderó de mí y dedicaba mi tiempo libre en la casa (excepto las horitas en la piscina) a poner a todo volumen este disco, sabiendo que nadie más que yo podía entender la letra.

Cuando volví a España no tardé en comprarme los cinco discos de El Salmón, que aunque sepa de manera objetiva que no son gran cosa (por no decir algo más feo) a mi me encantan.
Y tuvo su parte buena conocer a Calamaro con El Salmón, porque si te gusta El Salmón, todo lo demás que haga Calamaro deberá gustarte, en principio, porque será mucho mejor, jaja (excluyendo El palacio de las flores, que supuso los 20 euros peor invertidos de mi vida).

Os dejo mi canción favorita, Paloma, que es la que cierra todos sus conciertos.

jueves, 20 de agosto de 2009

Haciendo tonterías por amor (II).

Lo mejor y lo peor de quererte es mi capacidad de perdonarte absolutamente todo.

lunes, 17 de agosto de 2009

La denuncia.

El Viernes pasado, aproximadamente a las 03.00 horas, cuando caminaba por la avenida Villamayor de regreso a mi casa, observé cómo un coche marca Mercedes con matrícula SA 5207 H, de color burdeos, que circulaba a gran velocidad, frenaba bruscamente a la altura de un hombre que caminaba por esa misma avenida unos 15 metros delante de mí.

Las extrañas circunstancias me asustaron y me escondí en un soportal de un local comercial, desde donde pude ver que la ventanilla del copiloto se bajaba y asomaba desde el interior de esa posición del vehículo la cabeza de una mujer de raza blanca y cabello rubio muy largo. La mujer portaba un arma de fuego y apuntaba al transeúnte. Vi cómo ella le decía unas palabras, que no alcancé a oír, tras lo cual, le disparó dos veces. El coche arrancó y se alejó a gran velocidad.

Una vez el coche hubo desaparecido, salí del lugar en el que me había escondido y acudí en ayuda del hombre al que habían disparado minutos antes. Había un gran charco de sangre. Le tomé el pulso, pero ya era demasiado tarde, estaba muerto.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Man on wire.



Nada hay más poderoso que un hombre con un sueño y el valor de llevarlo a cabo. No habrá barreras tangibles o intangibles que frenen su ímpetu de verlo realizado.

Philippe es un funambulista francés que tras ver en una revista el diseño de dos torres gemelas en Nueva York, deseó con todas sus fuerzas tender un alambre entre ellas, para caminar entre las nubes la distancia que las separaba, desafiando a la gravedad, al tiempo atmosférico, a las leyes,y, por qué no, a la propia naturaleza humana, que ha condenado a nuestros pies a pasar la mayor parte del tiempo en tierra firme...

Y qué maravilloso espectáculo debió ofrecer a los transeúntes, aunque la vista de estos no puede compararse con la del propio Philippe, dueño de esos metros de cielo durante los 45 minutos que duró su sueño.

Ver este documental es aún más mágico ahora, su proeza es mayor, porque si antes era poco probable que se repitiera, a día de hoy, por la brutalidad de algunos, es imposible.

lunes, 10 de agosto de 2009

Creencias literarias...

En todos los años que llevo escribiendo para mí únicamente, he desarrollado dos creencias.

La primera de ellas es que al plasmar en el papel incluso cualquier pequeñez que nos haga meditar un rato, estamos dándole vida y a la vez, muerte. Explicaré mejor esto último: el nacimiento a la vida escrita va a asesinar esas sensaciones, va a cortarles las alas vilmente, a impedir, en definitiva, su transformación a mariposa en el mundo real. Al escribir nuestras emociones, nuestros anhelos, perdemos el ansia de verlos realizados, pierden su fuerza.

Esta creencia mía aparece ratificada en el libro “La sirena negra” de Emilia Pardo Bazán. En la novela citada, uno de los personajes alaba constantemente el suicidio y se dedica a mostrar al mundo su adoración a la muerte mediante artículos que publica en periódicos de escasa difusión. Jamás colgará la cuerda que le robaría de forma violenta y obligada el aire necesario para seguir amando a la dama oscura. Al dejar fluir sus sentimientos a través de su escritura, estos mueren en cierto grado; puede que sigan latentes, pero han perdido su fuerza, su ímpetu, su pasión.

¿Será un sacrificio la escritura?


La otra creencia es que escribir es como redactar una carta dirigida a nosotros mismos, contándonos cosas que de otro modo no nos sería posible descubrir. Curiosamente, esto también aparece de algún modo en la novela anteriormente mencionada.
Quizá yo haya llegado a esta idea porque se adapta perfectamente a mi situación de persona que escribe en momentos de sentimientos convulsos para desahogarse. Hay cosas en las que, precisamente por su carácter de evidentes, no reparamos hasta que nos chocamos contra ellas cuando las leemos o cuando alguien hace algún tipo de comentario al respecto.

Y es que este siglo XXI nos tiene tan mimados que no tenemos apenas necesidad de parar en seco y preguntarnos gran parte de las cosas. Nos limitamos a asentir y aceptarlas.

sábado, 1 de agosto de 2009

Eva quiere enamorarse.

Cuando por fin Eva se desenganchó de aquel fumador empedernido que, según ella misma dijo resultó ser un cabronazo (palabras textuales), se prometió ignorar al género masculino.
Pero meses más tarde, y con ocasión de la llegada a su ciudad del circo, se enamoró perdidamente de un funambulista. Un amor con fecha de caducidad, pues el circo partió a las seis semanas y con él, el funambulista, quedando el corazón de Eva temblando sobre el alambre por el que antes caminaba su amado.

Han pasado meses desde la partida del circo y ella ansía volver a enamorarse. Le han dicho que el amor no se busca, que te encuentra él a ti. Está cansada de esperar, así que se ha cosido un corazón rojo gigante en una camiseta en la que ha escrito la frase: “El amor es igual que un imperdible, prendido en la solapa del azar”; porque nadie dijo que no se pudieran dejar pistas…