martes, 30 de noviembre de 2010

Cosas que pasan (IV)

Manuel es mi vecino del 5º C. Es un tipo peculiar. A veces, baja a pedirme sal para condimentar las verduras que cocina en su wok. Él es vegetariano. Y yo soy su vecina favorita. Os preguntaréis por qué lo sé. Pues bien, Manuel es claustrofóbico. Jamás ha puesto un pie en el ascensor del bloque, así que baja los cuatro pisos que nos separan y los vuelve a subir, con mi regalo salado. No lo haría si yo no fuera su preferida. Se limitaría a tocar la puerta de Doña Julieta, la viuda del 5º B, o de la familia Fernández del 5º A, por no hablar de los pisos inmeditamente inferiores.

Manuel es bastante despistado. En un par de ocasiones, ha venido a requerirme sal con el salero repletito en la mano. No le dije nada entonces, para no dejarle en evidencia, al pobre. Además, es muy tímido. Sus excursiones a por sal son muy graciosas. Asoma sus ojos azules por encima de sus gafijas y en un tono casi inaudible formula la petición.

Hace unos días que no le veo. La cotilla del 2º A dice que lleva encerrado en su casa dos semanas. Por lo visto, hace un mes, cuando Manuel estaba en pleno trote por el parque, como manda su rutina deportiva dominguera, se cruzó con una mujer de la que quedó prendado. Este Manuel, si es que de un enamoradizo... Pero, por culpa de su falta de arrojo, no se atrevió a preguntarle su nombre, mucho menos si quería ir al cine, a tomar un café o a bailar un twist. Lo único que hizo mi querido vecino fue ir a correr al mismo parque el domingo siguiente, esperando volver a encontrarla. Como en la primera vuelta no sucedió, recorrió otras cuatro. En la última de las cuales, más que correr, se dejaba llevar por la inercia y el poco viento que soplaba. Finalmente, el paisaje comenzó a difuminarse y se desmayó. Cuando recobró la consciencia, dolorido y agotado, consumió sus últimas fuerzas en gritar:

— ¡EL AMOR ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD!

lunes, 8 de noviembre de 2010

Las Perseidas.

Fue aquella noche de verano, de lluvia de meteoros, cuando tras descender por la escalera de madera que llevaba al lago, el cielo sembrado de estrellas estuvo a punto de desplomarse sobre mi cabeza. Entonces comprendí que muchos de los problemas mundanos son insignificantes.