viernes, 18 de febrero de 2011

Miss Lonely.

De su época dorada, cuando era la actriz más famosa y querida de la ciudad, tan sólo quedaban unos cuantos recortes de periódicos y revistas, amarillentos por el tiempo. Hoy era una mujer más, olvidada y consumida.
Se despedía del que había sido su hogar durante tantos años, donde tantos éxitos había cosechado. Sentada sola, en un asiento entre las primeras filas del autobús que la devolvería, más vieja y cansada, al lugar donde nació, trataba de reprimir las lágrimas. No quería que el resto de pasajeros la viera llorar. La última actuación de su vida estaba dedicada, en exclusiva, a la ciudad que la había izado a lo más alto para soltarla, cuando se hartó de su presencia, al vacío. Se valió, en su interpretación, de un mecanismo aprendido en teatro: cuando enseñaba al público únicamente su perfil, lloraba por un solo ojo, para no malgastar lágrimas. Así, en ese instante, en el ojo derecho, el único que se apreciaba a través de la ventanilla, comenzó a llover.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Como agua para chocolate.

"Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos, como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía al alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillas se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo.
Si eso llega a pasar el alma huye de nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podrá dárselo.
(..)
Por eso hay que permanecer alejados de personas que tengan un aliento gélido. Su sola presencia podría apagar el fuego más intenso, con los resultados que ya conocemos. Mientras más distancia tomemos de estas personas, será más fácil protegernos de su soplo.
(...)
Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo los cerillos uno a uno. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todos de un solo golpe producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando al cuerpo inerte…"