jueves, 17 de junio de 2010

La elección.

Maldijo el rumbo de su destino
cuando éste rechazó
enseñarle sus cartas.

Se rebeló contra ese modo
cruel
de manejarle:
esposado de pies y manos,
y amordazado,
mientras trataban de convencerle
de que no existía
otra alternativa
más allá
de la marcada de antemano.

Le torturaban asegurándole
que su única opción
era resignarse.

Era empujado
contra su voluntad
a un futuro
del que,
desde su ignorancia,
no podía opinar.

A pesar de ello,
reunió fuerzas
para liberarse
y gritar.
Renegó de lo preparado
y planeado
sin su consentimiento,
reflexionó
y eligió
atreverse
a errar
por sí mismo.

domingo, 6 de junio de 2010

Cosas que pasan (II)

Durante una quincena, en la ciudadenqueambosvivían proyectaron una serie de películas de habla inglesa en versión original subtitulada. La selección era impresionante, el organizador era un reconocido crítico de cine.

Desde el primer día, Arturo, gran cinéfilo, acudió al evento. Como siempre, compró las palomitas y un refresco y se sentó en las últimas filas, esperando disfrutar de la proyección.

Por su parte, Margarita, algo miope, escogió una de las filas más cercanas a la pantalla.

El segundo día, poco antes de que comenzara “Citizen Kane”, Arturo se fijó en la mujer coqueta que se colocaba con cuidado las gafas y se acomodaba en el asiento. Pensó que tenía un aire a Holly Golightly en “Breakfast at Tiffany’s”, así que hasta que empezó la película, se dedicó a observarla, curioso.

El tercer día, ella notó que un par de ojos se clavaban en su nuca. Y se volvió para cruzar, por primera vez, la mirada con un hombre de unos treinta, del cual le extrañó que llevara puesta una gabardina, con el calor que hacía en el interior de la sala. Jamás hubiera imaginado que él pretendía vivir con ella un final como el de la película de Audrey Hepburn, ambos empapados de lluvia y besándose, y quizá luego, bailar como Gene Kelly alrededor de farolas y pisando charcos.

Según pasaban los días y las sesiones, Arturo iba ganando filas, mientras Margarita sacrificaba una visión más nítida, por sentarse más cerca del hombre misterioso.

El penúltimo día del ciclo pasaban “12 Angry men”, y únicamente una fila de desconocidos les separaba.

El último día, Arturo se armó de valor, como los protagonistas de sus películas de samuráis preferidas, y se sentó al lado de Margarita. Aún faltaban unos 10 minutos para que comenzara “Casablanca”, así que, antes incluso de preguntarle su nombre o decirle el propio, le susurró:
—¿Puedo hacerte una pregunta de cine?

Margarita, nerviosa, asintió.

—¿Te gustaría ir alguna vez conmigo? Ya sé que ya estamos en un cine, me refiero a una cita; después podríamos ir a cenar.

Sonrojada, volvió a mover la cabeza de arriba abajo.

— ¿Qué te gustaría ver?

— Sex and the city 2.

En aquel instante, Arturo notó cómo se quebraba su corazón, enamorado del cine. No podía entender cómo a una mujer que venía a un ciclo como ése le pudiera interesar aquel tipo de películas. Y, conteniendo el despecho de la mejor manera que pudo, le preguntó qué película del ciclo le había gustado más:

— La verdad es que vengo para desoxidar mi inglés. El cartel me ha parecido algo aburrido.

Arturo, tremendamente indignado, le escupió en la cara una versión de la mítica frase de Bogart:

— Ni tan siquiera tendremos París.

Y se marchó a la fila trasera de la que nunca debió alejarse.