domingo, 1 de agosto de 2010

De manías y medias naranjas.

Todos tenemos algún tipo de manía o rareza. Algunos casos deberían ser objeto de un estudio psicológico minucioso, mientras que otros incluso pasarían desapercibidos para aquellos mortales que no tienen trato estrecho con dichos sujetos. El ser humano es complicado. A veces se ve irremediablemente arrastrado a realizar ciertas conductas o las mismas conductas que llevan otros a cabo en una peculiar forma.

Paula desarrolló su hábito diferenciador cuando era una adolescente. Explicaré en qué consistía: cuando se irritaba, se estresaba, se ofendía o simplemente una oleada de agobio le subía de las tripas, se ponía las zapatillas de deporte y echaba a andar. Unos cientos de metros o unos pocos kilómetros, dependiendo de la magnitud de la catástrofe emocional.

Si en su etapa púber desquició a sus progenitores el no saber a dónde iba ni cuándo volvería, de mujer adulta le acarreó no pocos problemas románticos. Sus novios duraban lo que tardara en aparecer un brote de ansia por caminar. Las soluciones de las parejas que aguantaron un poquito más fueron esconder las zapatillas, quemarlas en el horno o tirarlas por la ventana.
Hasta que llegó Martín. Alguien dijo alguna vez que cada cual tiene una media naranja y desde entonces, la idea se quedó en las cabezas de muchos.

Paula, la mujer que no exteriorizaba lo que sentía, sino que conducía al cuerpo a la extenuación para que dejara de padecer la mente, conoció a Martín, su media naranja, cuando el afán destructor de los predecesores de este medio cítrico y su propia manía andadora, le habían costado unos veinte pares de deportivas.

Martín le dejaba mucho espacio, cuando veía que ella estaba desbordada, le acercaba las zapatillas en las que previamente había metido en cada pie un papel con una palabra escrita: vuelve/pronto, todo/pasa, y, en unas cuantas ocasiones, los recados que él pensaba hacer cuando saliera: compra/pan, recoge/cartas.
Para cuando ella volvía del paseo, Martín estaba en casa, tranquilo, esperando, y le daba un beso tierno como se les da a los niños revoltosos cuando se comprende que está en su naturaleza ser así de traviesos.

Una tarde, Paula volvió realmente enojada a casa después del trabajo, pero algo había cambiado, tenía ganas de contárselo a Martín, así que se sentó junto a él en el sofá y empezó a hablar. La cuestión es que tenía tantísimo guardado que comenzó el relato con una riña con su mejor amiga cuando tenía 15 años.
Martín se quedó paralizado, sus ojos reflejaban un pánico que nunca había apreciado antes Paula (sí otras novias anteriores y antiguos mejores amigos), cogió la bicicleta y se fue para no volver. Quién sabe si el problema fue que dejaron de ser medias naranjas o que hubo dos palabras que él nunca escribió en sus zapatillas.

25 comentarios:

  1. Los peligros del silencio y sus ecos, que curiosamente pocos nombran. Hermoso escrito, querida Lucía.

    Un enorme beso.

    (... vuela esta canción...)

    ResponderEliminar
  2. Esperamos y en ocasiones hasta exigimos la verdad, cuando LA VERDAD es que no siempre estamos preparados para escucharla.
    Muy bien dicho Lucía.

    ResponderEliminar
  3. A veces cuando la verdad no es la que queremos escuchar los sueños caen como estatuas de arena, es una lástima no estar preparados para hacerlo porque se pierde tanto...Hermoso para reflexinar tambien. Un enorme abrazo Lucía, que nombre tan bello!!!

    ResponderEliminar
  4. Jajajaja, ese es el problema cuando pensamos que existe nuestra "media naranja": cometemos un pequeño error y puede desaparecerse de pronto. Mejor soltar amarras, escribir lo que sentimos en vez de salir huyendo. Qué sé yo.
    El ser humano suele ser complicado porque quiere.

    ¡Qué gusto que te hayas ido a playa, Lucía querida! Yo sigo disfrutando gozosamente las vaciones. Leyendo mucho, paseando por la ciudad, reencontrándome con amigos queridísimos y tal vez dentro de poco también me vaya unos días de viaje. Todavía no es tan seguro.

    ¡Muchos besos! :D

    ResponderEliminar
  5. tal vez fue pronto para el.. o tarde para ella.
    me gusto mucho.

    un saludo desde la lejania.

    ResponderEliminar
  6. Vaya, me estaba enamorando de Martín, pero lo fastidió todo con su miedo. Aunque claro, él era la media naranja de la Paula que conoció, no de la mujer en la que ella se convirtió luego (con la ayuda de él)...
    Ufff, qué complicadas las relaciones ¿verdad?

    Magnífico relato, Lucía
    Besos

    ResponderEliminar
  7. Yo no sé si es miedo lo de Martín o hastío.

    Besos.

    ResponderEliminar
  8. Wow, me encanto me encanto aaa me encanto, pues creo que ella termino descubriendo la mania de Martin...

    ResponderEliminar
  9. Martín no esta huyendo de Paula, él fue en la bicicleta a buscarla.

    ResponderEliminar
  10. Todos tenemos nuestras manías y locuras. Coincido con otros comentaristas en que el problema está en creer en las medias naranjas. Las medias son para los pies. Ninguno de nosotros es mitad de nadie. Se supone que somos enteros. El secreto está en aprender a acompañarnos... No siempre es fácil.

    Muy buen post =)

    ResponderEliminar
  11. Muy bueno. Se llenó, él se llenó y tenía que sudar todo lo que ella le había contado. Es mejor a pequeñas dosis...
    Un beso!

    ResponderEliminar
  12. Creo que las manías están en el día a día.
    Y si no, al leer "El turista accidental"
    ¿quién no se ha sentido identificada en algunas?

    Besos

    ResponderEliminar
  13. Menudo calzonazos el Martín, media vida aguantando semejantes rarezas pa de repente irse a no se sabe dónde; para eso que no hubiese esperado tanto, digo yo. De todas formas, a mí no me acaba de convencer la manía andarina de Paula, porque no se puede andar tanto, tanto, tanto sin un fin, porque se te cansan las piernas. Yo creo que andaba tanto, tanto, tanto para explorar nuevos mundos -léase nuevos ambientes, qui cir, buscando nuevos Martines-. Entonces pa mí que en una de sus exploraciones, como en épocas estivales son tan comunes, además de playas y chiringuitos, los mercados medievales -léase barrocos, qui cir cualquier calificativo de épocas pasadas vale- encontró en uno de éstos a un apuesto mercader, quizá rubio, que la engatusó. Eso explica que llegase a casa tan diferente a otros días y que le empezase a contar a Martín todas las desgracias desde los quince años (así lo fue encandilando poco a poco hasta que le dio el golpe, o sea, hasta que le contó que se había enamorado de otro). Y Martín, ya no tan calzonazos, pues se fue en bici a cargarse al rubio mercader. Mientras tanto, otras andan discutiendo por ver quién se queda con el atractivo mozo, cuando lo más probable es que esté ya muerto, jaja. En cualquier caso, si no fuera así, las leyes de la estética (que de esto una entiende) dicen que rubio y rubia, jaja, queda mucho más aparente que rubio y morena, por lo que, alguna, no tiene nada que hacer, jeje.

    Besos

    ResponderEliminar
  14. quién sabe si se atrevía a desafiar al viento.






    biquiños, pequeña Lucía

    ResponderEliminar
  15. Me ha venido a la mente una song de Sheryl Crow que exploté mucho en mi adolescencia: Run, baby, run. Cosas de estas asociaciones mentales tan particulares y caprichosas como las líneas de la mano.

    Que familiar me resultá esta historia...

    Supongo que eran tal para cual porque ambos tenían miedo al verdadero contacto y a ese pánico horrible que da saltar y temer que el otro no esté debajo esperándote. Cuando se es tan fóbico, no hay auténtica intimidad ni compromiso. Así que cuando ella apretó la mandibula y aguantó el tirón, él se vio forzado a hacer lo que más pánico le daba... o huir. Ais :(

    Estamos las dos very optimistas con las relaciones lately, ¿eh?

    Kisses ***

    ResponderEliminar
  16. Jajajaja, no bueno, capaz le faltan unos 3000km para volver, ahora ella debería esperar. Pero bueno, vos mismo lo dijiste, la gente es rara, y tal vez, en el momento que uno dice “basta”, actuemos sanamente…te das contra la pared, como Paula.

    Te cuento una de mis múltiples manías: tardo mucho para cerrar la puerta, osea, tengo que corroborar mínimo dos veces si está bien cerrada, es terrible, a veces termino por huir diciendo “bueno, si está mal cerrada que se vaya todo a la mierda”.

    Y esa es una de mis manías, tengo problemas…evidentemente jajaja, soy Paula creo, o una cuota parte.

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  17. buf... eso de las medias naranjas es tan complicado...
    yo no estoy segura si he encontrado a la mía o si la perdí por el camino...
    quien sabe, quizá ella no era la media naranja de él y por eso salió corriendo en cuanto lo supo...
    a ver si paula tiene mejor suerte la próxima vez :)

    ResponderEliminar
  18. Yo creo que martín volvió con ella :)
    Qué texto tan bonito, yo tengo muchas manías, pero ninguna tan drástica (creo) jaja.
    Un beso!

    ResponderEliminar
  19. Me gustó mucho el texto. Aunque pensaba que tendría final feliz jeje Leeré algún otro a ver si me quedo con mejor sabor de boca :)

    De los comentarios, me quedo con el de Lucy in the Sky: somos enteros, el secreto está en aprender a acompañarnos.

    un saludo desde cineconbuenamusica
    y otro blog, aunque a día de hoy
    ambos están algo desatendidos :/

    ResponderEliminar
  20. no importarán las mitades.




    besos

    ResponderEliminar
  21. dejaremos de ser mitad, y pasaremos a ser necesidad completa.




    besos

    ResponderEliminar
  22. Que maravillosa y tierna historia!!, aiins, te juro que me ha conmovido hasta las lágrimas. Que bonita...

    Un saludo

    Mar (... la vendedora de humo)

    ResponderEliminar
  23. quién sabe si volveremos..




    besos

    ResponderEliminar
  24. Lucía querida, la verdad sos una genia... Este cuento es sensacional. Gracias por pasar por mi espacio... Que buena historia, me gustó incluso la forma de contarlos. Un gran abrazo, que estés muy bien.

    ResponderEliminar