Sus prodigiosas manos acariciaban el teclado del piano de cola, confundiéndose sus dedos con las teclas blancas y negras, cuando, mágicamente, daba vida a las figuras impresas sobre el pentagrama, devolviéndolas al estado etéreo y sonoro en el que las había imaginado su creador. Era el más virtuoso y reputado del país, quizá de todo el continente. Se comentaba que escucharle en vivo era una experiencia sensorial única, que la música que brotaba del instrumento inundaba toda la sala y se colaba en el interior de los cuerpos de los asistentes.
Y aquella noche, actuaba en su ciudad. Desde hacía meses, ella guardaba recelosamente su entrada, en una cajita de madera sobre la mesita de noche. Se trataba de un concierto benéfico en un glamuroso hotel del centro. Ella luciría el vestido rojo que compró para la boda de su mejor amiga, un par de años atrás. Creía que todas las alabanzas que recibía el músico eran desproporcionadas, que no se trataba más que de una tremenda campaña de márketing, pero, aun así, no quería perderse el evento.
Una vez en el lugar, a la hora indicada, se hizo el silencio cuando apareció un hombre pálido y menudo, caminando con paso lento pero firme hacia el piano del centro del escenario. Se sentó y comenzó la simbiosis. Sus dedos ejecutaban un baile apasionado con las teclas. Y la audiencia extasiada, escuchaba en un estado catatónico, sólo interrumpido por algún profundo suspiro.
En la primera pausa, el pianista reparó en la presencia de nuestra mujer de rojo. Nunca había sentido una emoción tan intensa, ni siquiera cuando logró ejecutar por primera vez sin fallos aquella pieza que se le había resistido durante meses. Entonces, comenzó a tocar para ella de la manera más dulce. Los latidos de los corazones reunidos se acompasaron con la melodía; y ella supo, al instante, que aquella embriagadora música le estaba dedicada en exclusiva. Así que, movida por una fuerza irresistible, fue caminando hacia él, y subió las escaleras que separaban al público del artista. Llegó a su lado en el momento en que él pulsó la última tecla, la última nota. Nervioso, él continuó sentado frente a su fiel compañero.
Entonces, ella pronunció las dos palabras que él había deseado, pero con la voz más estridente y horrible jamás imaginada, insoportable para sus oídos de melómano. Esta circunstancia resultó fatal, el pianista sintió cómo su corazón se quebraba. Y recostando la cabeza sobre las teclas, dejó caer la tapa del piano sobre la misma, repetidamente, hasta perder el conocimiento para siempre.
![]() |
Imagen de Google |