lunes, 10 de agosto de 2009

Creencias literarias...

En todos los años que llevo escribiendo para mí únicamente, he desarrollado dos creencias.

La primera de ellas es que al plasmar en el papel incluso cualquier pequeñez que nos haga meditar un rato, estamos dándole vida y a la vez, muerte. Explicaré mejor esto último: el nacimiento a la vida escrita va a asesinar esas sensaciones, va a cortarles las alas vilmente, a impedir, en definitiva, su transformación a mariposa en el mundo real. Al escribir nuestras emociones, nuestros anhelos, perdemos el ansia de verlos realizados, pierden su fuerza.

Esta creencia mía aparece ratificada en el libro “La sirena negra” de Emilia Pardo Bazán. En la novela citada, uno de los personajes alaba constantemente el suicidio y se dedica a mostrar al mundo su adoración a la muerte mediante artículos que publica en periódicos de escasa difusión. Jamás colgará la cuerda que le robaría de forma violenta y obligada el aire necesario para seguir amando a la dama oscura. Al dejar fluir sus sentimientos a través de su escritura, estos mueren en cierto grado; puede que sigan latentes, pero han perdido su fuerza, su ímpetu, su pasión.

¿Será un sacrificio la escritura?


La otra creencia es que escribir es como redactar una carta dirigida a nosotros mismos, contándonos cosas que de otro modo no nos sería posible descubrir. Curiosamente, esto también aparece de algún modo en la novela anteriormente mencionada.
Quizá yo haya llegado a esta idea porque se adapta perfectamente a mi situación de persona que escribe en momentos de sentimientos convulsos para desahogarse. Hay cosas en las que, precisamente por su carácter de evidentes, no reparamos hasta que nos chocamos contra ellas cuando las leemos o cuando alguien hace algún tipo de comentario al respecto.

Y es que este siglo XXI nos tiene tan mimados que no tenemos apenas necesidad de parar en seco y preguntarnos gran parte de las cosas. Nos limitamos a asentir y aceptarlas.

1 comentario:

  1. Cuando escribo a mano sobre un cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi padre en el acto de probar el bisturí eléctrico pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas.

    Juan José Millás. El mundo.

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