jueves, 30 de julio de 2009

Lecturas al sol.

Hacía mucho tiempo que Julia deseaba abrir un libro y devorarlo, pero no podía. Era una de las desventajas de la vida tan ocupada que llevaba. Había empezado múltiples veces “Historia del cerco de Lisboa”, de Saramago; pero tuvo que claudicar y conformarse con leer una página cada día del maravilloso “Libro de los abrazos”, de Galeano, ya que la independencia de sus microrrelatos le permitía dividir el libro en pequeños trozos sin perder el hilo.

De Lunes a Viernes, Julia invertía su tiempo entre clases por la mañana, clases por la tarde, algo de deporte, y dormir. Los fines de semana, cuando no tenía montones de trabajo, le gustaba salir por la noche para conocer amores furtivos y efímeros (otra de las desventajas de su escasez de tiempo libre era el no tener tiempo para enamorarse, alguien que admiraba mucho ya se lo había advertido: me enamoré como una loca al acabar Derecho, porque en los cinco años anteriores no tuve la oportunidad).

Así que cuando llegó el verano, buscó un buen tomo entre todos los que llenaban las estanterías de su casa y se dispuso a deleitarse con su lectura al aire libre. De una mano llevaba “El jugador ”, de Dostoievski, de la otra, una vieja silla de camping.
Cuando se sentó serían las once de la mañana. El tiempo pasaba en su ciudad, mientras ella, ajena a todo, jugaba en los casinos de Ruletenburgo. Un par de horas y decenas de páginas después, una gota de sudor que caía de su frente la devolvió al patio de su casa. Cerró el libro, dando tregua a su mente y a su cuerpo levemente sonrosado.

1 comentario:

  1. Siempre he admirado a todos los que consiguen centrarse tanto en sus estudios que se olvidan de todo lo demás, pero a la vez, siempre me pregunto ¿cómo pueden vivir sin amor?

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